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Columna

Elijo vivir

Sin duda lo más maravilloso que nos pasa es que estamos vivos, pero las preocupaciones y peligros de la vida nos hacen olvidarlo ¿Celebras estar vivo?
FACTOR HUMANO
24/07/2021

El bullicio de la vida

Escribo esto frente al parque Las Rivieras en el río Humaya en Culiacán; el viento sopla como una bendición refrescando, aquí desaparece el calor intenso avivado por las construcciones desnaturalizadas de cemento; los pajarillos celebran con júbilo, las risas y juegos de los niños que corren y disfrutan de la naturaleza felices, donde hay niños hay bullicio, festejan intensamente estar vivos.

El verano revive la naturaleza, la perfuma y la enciende de colores intensos, todos los seres desde el césped, los insectos, los animales, las nubes cobalto, la dulce sombra de los árboles, el aroma del amanecer, los tonos rojizos del atardecer, todo, celebran intensamente cada día. La naturaleza nos contacta con la esencia de la vida, más aún: nos aviva.

Pero muchas cosas nos lo impiden sin darnos cuenta y nos acostumbramos a una mala costumbre: a vivir. Quizás la peor de todas las costumbres como la de acostumbrarse al amor.

Incluso llegamos a creer que merecemos vivir, creyéndonos ilusamente dueños de ella; no siempre apreciamos este don inmerecido, salvo cuando estamos en riesgo de perderla o alguien cercano, pero lamentablemente luego se nos pasa.

De la vida emana un orgullo en cada uno: la mujer presume su belleza, el gobernante su poder, el rico su status, el doctorado su ciencia, el mercader sus negocios, el funcionario su autoridad, el adolescente desgasta energía y su tiempo; todos de distinta manera ostentamos algo de ese orgullo de sentirnos vivos, luego el polvo nos recuerda que todas esas presunciones fenecen, una ironía de la naturaleza que entierra nuestro orgullo. Como si dependiera de nosotros estar vivos, cuando en realidad dependemos de un hilo muy frágil que puede romperse inesperadamente.

Despertar cada día es algo que agradecer profundamente y festejarlo a pesar de todo lo que nos ocurra. Por meternos dentro de la mente nos salimos del río de la vida y nos desconectamos de su fuente. Todos los seres vivos viven de acuerdo a la naturaleza, nosotros nos salimos, por eso la afectamos y esta nos cobra altas facturas. Es el dilema entre vivir conectados con los demás seres o vivir dentro de la mente, inconexos. Y no nos damos cuenta. La mente provoca esa inconsciencia.

La costumbre

Alegrémonos más en darle vida a cada día, en vez de cumplir años, me caló esa idea que leí recientemente.

Es inevitable acostumbrarnos, esto tiene aristas buenas y malas, como reducir el sufrimiento, pero también reduce gradualmente nuestra capacidad para sentirnos vivos y para reaccionar oportunamente. ¿Cómo sucede?

Primero la costumbre reduce nuestra percepción. Al acostumbrarnos dejamos de ver gradualmente lo que nos rodea al punto que con el tiempo ya no lo vemos; entonces el desorden, la bondad de las cosas, ¡el amor! empiezan a perder importancia o significado. Los amantes se quieren pero dejan de amarse porque se acostumbran a su amor, lo dan como algo hecho, en vez de darlo y buscarlo cotidianamente, la rutina se mete silenciosamente en medio de ellos enfriándolo.

Ese platillo inesperado, ese viaje de fin de semana, apagar la TV a la hora de comer, cambiar de conversaciones, jugar como niños entre los dos, un montón de cosas recobran la chispa de la vida... ¡la espontaneidad infantil tan atractiva!

El maestro dolor

El inconsciente deja de dolerse porque deja de darse cuenta. No darnos cuenta es una sutil forma de morir, por eso se habla de muertos en vida; entonces el dolor aparece para que revivamos. Tiene su lado muy positivo, quien aprende del dolor se humaniza, quien no, se desconecta, le dicen el “maestro dolor”. Nos ayuda a valorar y a balancear, valoramos lo que nos cuesta, lo escaso, lo que hemos perdido. La intensidad de la vida no podría comprenderse sin el dolor ni la muerte, dos realidades paralelas que atizan el fuego de vivir.

La indolencia es falta de dolencia, una costra que impide reaccionar porque siente menos el dolor: lo narcotiza. El sufrimiento -la resistencia al dolor inevitable- en cambio produce efectos en la psique, por un lado produce adicción como la nicotina y el alcohol, las personas adictas buscan diario alimentarlo en las noticias, metiéndose en la vida de los demás, lamentarse del tráfico, del clima, al final del día terminan con enfado y un pesar, incluso ¿te has fijado que leer de política y de las ineptitudes y errores de los gobernantes produce malestar y resta energías?

Celebremos

Mientras vivimos tenemos esperanza, somos, la nada nada es, ese deseo intenso de ser se confunde en tener cosas o en ser reconocido, no permitamos que las aflicciones nos nublan la vista de algo tan obvio: existimos, motivo suficiente para agradecerlo.

paulchavz@hotmail.com