"El Octavo Día: 'Si a tu ventana llega un burro flaco'"
Una de nuestras leyendas locales reza que Ángela Peralta entonaba seguido La Paloma y que la emperatriz Carlota le regaló un ave de oro con perlas y diamantes, la cual tuvo que vender su viudo para sobrevivir, durante la epidemia de fiebre amarilla, en 1883.
Escenificamos ese acto de manera emotiva. Hasta un amigo historiador, con más vocación de dramaturgo que cronista, añadió que, incluso, le había cantado a Heraclio Bernal, quien estaba oculto entre la multitud.
Sergio López, a quien aludo, mencionaba como informante de esa historia a un contertulio del Club Muralla, dato registrado en un libro que editó el Ayuntamiento hace varios trienios. Como chiste, era bueno el dato, pero más parecía un deseo de romantizar mucho más el momento.
Volvamos a los hechos. La que tuvo esa difícil gloria de ser favorita de Carlota fue Concha Méndez, actriz y cantante mexicana... Con los años hemos confundido a las figuras.
A ella fue quien la Emperatriz consideró dentro de sus artistas predilectas, incluso, a pesar de no saber nada de ella, la noche del estreno de Don Juan Tenorio, en Palacio Nacional, el 4 de noviembre de 1864, se quitó una pulsera de su muñeca y se la entregó a la Méndez.
Ella interpretó magistralmente a Ciutti, ayudante de don Juan Tenorio. Y ya no hubo función en que la cantante no se presentara sin tratar de halagar, agradecida, a los Emperadores. Era una joven de 19 años y no existía el INBA.
Concha Méndez hizo época gracias a La paloma, escrita por el músico español Sebastián de Iradier. Meses antes de la caída del Segundo Imperio, los republicanos modificaron la letra, a sabiendas de que era del gusto de Carlota.
“Si a tu ventana llega un burro flaco/ trátalo con desprecio que es un austriaco/ ni siquiera lo mires por tu ventana/ porque no quiere gringos la mexicana”.
Concha Méndez no pudo resistir el ímpetu republicano sobre la farándula y se las vio arduas la noche del 21 de julio de 1867.
Apenas seis días después de la entrada triunfal de Juárez a la capital, el Teatro Nacional abrió sus puertas para presentar el drama del escritor Juan A. Mateos, La muerte de Lincoln, el Colosio de ese tiempo.
Según señaló El Siglo “La paloma iba a ser cantada por la señorita Méndez, pero fue varias veces interrumpida al comenzar, la artista llena de aflicción se retiró llorando y finalizó la cosa en semitragedia”.
Lo cierto es que Concha Méndez se negó a cantar la canción, por el respeto y el cariño que le tenía a la Emperatriz, a pesar de la desgracia en que había caído. Otro actor de la compañía salió a explicarlo.
Fuera del escándalo, de los gritos y sombrerazos, el asunto no pasó a mayores.
Solo fue un chisme que, como ciertos chismes, llegó luego modificado y recontextualizado hasta otros sitios, como las cultas marismas del sur de Sinaloa.
El dato lo acabo de encontrar en el libro de Luis Reyes de la Maza, El teatro en México, durante el Segundo Imperio, comprado en el puesto de libros del Parque Zaragoza. También lo cotejé con un texto del historiador Alejandro Rosas.