"El Octavo Día: Francisco Plácido Fletes: poeta de El Rosario"
Aparte del nacimiento del poeta Amado Nervo, situación que en el entorno del idioma español fue equivalente a un movimiento telúrico, Tepic se estremeció con la erupción del volcán Ceboruco en el año de 1870.
Fue un evento tan sonado y espectacular que los temblores se sintieron hasta en las Islas Marías y la autoridad de Tepic envió a un pintor “inteligente” para captar con su pincel las principales vistas.
Las comillas no son ironía. Simplemente se llamaba así al pintor con capacidad de memorizar rápido una situación y un proceso, así como hoy llamamos a algunos objetos teléfonos inteligentes o edificios inteligentes, aunque sus propietarios no lo sean.
Todo inició un lunes 21, el “mero” día de San Severiano Obispo, del segundo mes de 1870, y las grandes bocanadas de humo hicieron a los nayaritas de entonces temer acontecimiento pompeyanos.
Pero también fue motivo para los versos de un rosarense radicado en el territorio de Tepic, ya que el antiguo cantón de Jalisco aún no se convertía en estado.
Aparece aquí un testimonio de una poesía escrita por Francisco Plácido Fletes el 25 de noviembre de 1843; él nació en el mineral de “El Rosario” (Sinaloa), pero a muy corta edad llegó a Tepic con su padre, Ignacio Fletes Rico, socio fundador de la fábrica textil de Bellavista.
Fue Diputado por Jalisco del 25 de mayo de 1844 a diciembre de 1845. En su obra titulada “El Volcán de Aguacatlán”, de la que incluimos una pequeña parte, nos dice:
”Tan largo como el ojo a ver alcanza,
se ven unas sobre otras agregadas,
en montones, mil rocas calcinadas
que vomitó en su cólera el volcán…
Al entrar el viajero en la vereda
que tajó el hombre en la movible piedra,
se detiene pasmado, pues le arredra
tal escena de ruina y soledad.
Y pregunta a los siglos, en qué tiempo
sucedió la catástrofe espantosa,
pero la historia, muda y silenciosa,
nada responde a su curiosidad.
En las tinieblas de los siglos yace
sepultado el secreto: los mortales
no conservan memoria en sus anales,
del estrago postrero del volcán.
Su vasto cráter, su sublime altura,
las muestras de su cólera terrible,
le prestan un aspecto indescriptible
que jamás las edades borrarán.”
He encontrado pocas referencias de Francisco Plácido Fletes, a quien descubrí gracias a un mensaje de la amiga Yadira Camacho, sinaloense radicada en Nayarit. Sabemos que publicó un libro titulado Un sublime atardecer que, lamentablemente, no he podido ubicar. Si alguien lo tiene, repórtese.
Estos versos nos recuerdan, incluso, al libro El idilio de los volcanes -aún no escrito- de José Santos Chocano, libro que uno había sido escrito y de autor sudamericano que curiosamente vino a México en la Revolución Mexicana y estuvo en Culiacán, donde leyó un gran discurso dedicado a la memoria de Francisco I. Madero.
Rosario ha dado poetas de una lira más que respetable en la obra de figuras como Gilberto Owen, Enrique Pérez Arce, Tula Escobar y hasta mi madrina, Julieta Montero, mazatleca de nacimiento, con fuertes raíces en Rosario y Cacalotán. ¡A seguir leyéndolos!