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Presentación de libro

El maravilloso viaje de Manuel Rochín al infierno de su memoria

El escritor mazatleco presenta hoy su ‘Trilogía de la Casa Redonda’, donde recuerda su vida en una colonia ahogada por la marisma y por los afanes de sus vecinos por sobrevivir a la pobreza

El escritor Manuel Rochín ha hurgado en su memoria y ha sacado un puño repleto de recuerdos que escandalizan, que apestan y que espantan, pero que también enamoran.

De las entrañas de su infancia nos vomita la historia de su vida y de otras vidas, las de los desafortunados que lo acompañaron en el Mazatlán de su infancia, un puerto donde no caben sus playas ni su luz, un arrabal oscuro que huele a miseria y donde el sexo es acaso el único premio para los desposeídos.

Trilogía de la Casa Redonda es su nuevo libro, donde reúne de un zarpazo su colección de libros: Los muchachos de la Casa Redonda, De armas tomar y Panorámicas del purgatorio, con una fuerte carga autobiográfica y ganas de exorcizar sus demonios.

El libro final está construido sobre anécdotas y pequeños cuentos que de vez en cuando derrapan en la ficción y hoy será presentado a las 18:30 horas, en la Casa Haas.

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La pesadilla de ser niño

La Trilogía de la Casa Redonda arranca con el primer recuerdo del autor, un callejón repleto de casitas de madera, donde Manuel Rochín vive su primera tragedia, una que no se cuenta, se intuye: no vive con sus padres, sino con sus abuelos.

Es el mundo de un niño esmirriado, pobre y asustadizo que se asoma a callejones que flotan en la marisma del Canal de Navegación, donde los límites de su universo son los alrededores de la Colonia La Casa Redonda: la Colonia Klein, el Parque Bonfil, las vías del tren y más allá, del otro lado del canal, la Isla de La Piedra.

Estamos hablando de hace más de 60 años, cuando La Casa Redonda contenía la estación del ferrocarril y donde los ferrocarrileros construyeron sus amplias casas, llenas de árboles frutales y porches para colgar una hamaca.

Pero detrás de la zona de los ferrocarrileros, pegado a la marisma, brotan unas casuchas de desechos, letrinas sobre zancos que limpia la marea, arrastrando los desechos humanos al fondo del mar.

Es en una de esas casas de cartón negro crece un niño con hambre eterna, con unos ojos descomunales que lo miran y lo graban todo, y que hoy ha decidido contarle al mundo lo que una vez fue esa villa miserable.

Sus familiares son ancianos con pensiones de miseria que luchan para llevarse algo a la boca, mientras sus padres se pierden en los laberintos del puerto, más allá de sus alcances.

“La marisma solitaria y oscura”, relata Rochín, “una marisma moribunda y repleta de animales muertos... este erial lodoso y pestilente”.

Ese niño es enviado a la primaria vestido como San Martín de Porres, como pago de una manda que debe su abuela. Es la burla de la escuela, coscorrones y patadas le sobran, hasta que revienta y reta a un niño a golpes.

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Allá va Manuel, a morir a golpes a la marisma, seguido por toda la escuela, un niño vestido con un hábito de monje, dispuesto a ser masacrado por el abusivo del salón de clases.

Pero en el último momento, antes de ser golpeado, el niño saca de su hábito un cuchillo descomunal que lo salvará de la golpiza, pero que lo dejará solo, abandonado en la marisma.

De armas y amores imposibles

El segundo libro de la trilogía, de De armas tomar, recuerda a Rochín de adolescente, rodeado por una Casa Redonda igual de miserable, pero ya no al niño indefenso, ahora es un adolescente tatemado al rojo vivo por la necesidad.

Y cuando hay hambre y dolor y pobreza, entonces el amor es más simple y casi, casi, de urgencia, improvisado, sin medir las consecuencias.

Este libro es menos íntimo, el autor se aleja y nos permite ver las vidas de sus vecinos, de sus amigos, todo envuelto en la salvaje codicia de las hormonas en ebullición.

Ana Tijuana aparece para sacrificarse ante el autor, para enseñarlo a amar en el duro suelo de una panga, el problema es que ella es demasiado generosa y democrática, así que comienza a hacer el amor sin importar el destinatario.

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A Manuel le rompen el corazón, una y otra vez, pero es un corazón duro, roto de nacimiento, uno que se recupera rápidamente y que entiende que uno nació marcado por la mala suerte y que más vale seguir caminando.

Pero Rochín se niega a hacer el héroe de la película, teniendo siempre presente que no se puede ser héroe cuando uno nace sin estrella.

Sus amores son viejas desarrapadas que se mueren vírgenes, jovencitas que tienen sueños húmedos y que se van con el primero que las invite, mujeres casadas cansadas de ser golpeadas y vejadas.

No hay en ese mundo una familia funcional y si la hay, el destino se encarga de destruirla inmediatamente, ¿se puede ser feliz? Aquí no, a menos que seas un imbécil o que la locura se apiade de ti.

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Los otros

En Panorámicas del Purgatorio, la última colección de anécdotas de Trilogía de La Casa Redonda, un Manuel Rochín más maduro contempla la vida de los demás con los mismos simbolismos de su pasado.

Sus personajes continúan amarrados a la Casa Redonda, como si estuvieran destinados a pagar una maldición que nadie entiende, pero que solo desaparece cuando se van a otra colonia, cuando se pierden para siempre.

En ocasiones, una vecina de la colonia consigue casarse con un gringo y el gringo se muere y le deja una pensión en dólares para que viva una hermosa vejez.

Con los dólares mensuales, la vecina se transforma y termina convertida en la organizadora de borracheras interminables y lo que es peor: en la envidia de sus vecinas, que van a ser hasta lo imposible para regresarla a su estado natural: la pobreza.

Aquí nadie se escapa, aun y cuando alguien consigue un buen trabajo y logra mudarse de esa villa miserable donde nadie avanza, donde la felicidad está prohibida.

Rochín por fin escapa de aquella trampa, solo para terminar en las cantinas del Centro del puerto, en amores rápidos y sin futuro.

En el interior de su memoria continúa dando vueltas en aquella Casa Redonda, atrapado por los demonios que devoraron su infancia y que de vez en cuando le permitían ver una mujer completamente desnuda.