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Columna

‘El Liacho de Cubiri’

LAS ALAS DE TITIKA

Tengo en mis manos El Liacho de Cubiri, y aplaudo doblemente la historia que allí se cuenta. En primera porque el autor es un joven escritor sinaloense que posee tantos talentos y que, al parecer de muchos, más le valdría que volteara la vista hacia otro lado, sin embargo a él le interesa conocer y mostrar nuestro folclore; en segunda porque tuvo el tino de ahondar en esas historias que nos dan identidad y que hacen reconocernos como lo que somos, personas de esfuerzo y de trabajo. Muchos de los que ahora habitamos las grandes ciudades tuvimos padres o abuelos que bajaron de la sierra, esa rica sierra sinaloense que tan mal parada ha quedado a los ojos del mundo.

De entrada, el título El Liacho de Cubiri ya denota un regionalismo muy nuestro. Dos palabras que nos ubican y que abren las interrogantes ¿liacho?, ¿Cubiri?, ¿qué es eso?, ¿un lugar, un objeto, una persona, un sobrenombre? José María Rincón Burboa no pierde detalle al contarnos los pormenores y las andanzas de los 17 personajes que dibujan esta novela de ficción. Una arquitectura narrativa tan bien llevada que entra y sale en el tiempo con una facilidad que no permite extravíos. Se interna en la infancia para mostrar la esencia del abuelo y toma el presente para contextualizar y llevarnos paso a paso en el tiempo actual.

Abres el libro y no paras de leer hasta terminar sus más de 400 páginas. Leí y recordé la vez que actualizando mi licencia automovilística la servidora pública no sabía dónde se ubicaba el pueblo del que yo provenía, estando apenas éste a escasos kilómetros de la capital, sobre la carretera internacional. No supe si su gesto fue para denostar el lugar o para hacer gala de su ignorancia geográfica. Bien haría, haríamos muchos, en conocer un poco sobre nuestro origen, costumbres y léxico, bien ha hecho José María, Chema, para los cuates, en dejar constancia en El Liacho de Cubiri.

Una historia entrañable que rescata y da a saber a las nuevas generaciones las formas y dificultades que se tiene para que un joven de una ranchería o población apartada se desplace a la capital en busca de una escuela, una universidad. Cosas innecesarias, y hasta peligrosas, piensa el padre de Fernando, uno de los personajes que abre la historia: “porque en la ciudad los hijos se echan a perder”. Me encanta que Chema no dejó pasaje sin contar, como ese donde cuenta la ayuda que ofrecen los amigos cuando abren las puertas de la casa para recibir al nuevo estudiante y arroparlo como un integrante más de la familia. Esa generosidad que nace y que siempre habla bien de quien la brinda.

La historia inicia cuando Liacho llega a la casa de Fernando, su nieto, para llevarlo a saldar cuentas de familia. Fernando no entiende cuál es la prisa y el misterio de su abuelo —para él sólo un viejo ideático— un personaje que muchos admiran como académico y filósofo en la ciudad de Guadalajara. El viaje lo hacen en camión y llegan a la ciudad de Mazatlán, allí empieza la aventura. Un mundo inimaginable para Fernando, quien en realidad no sabe nada de su abuelo, no imagina los amigos que tiene, el lugar donde nació, su verdadero nombre, pero sobre todo su primera profesión: químico, el mejor de su generación, un saber que no imaginó lo llevaría a eso que tanto temió su padre... una actividad que lo arrinconó, aunque logró salvar su vida, pero no la de los suyos... nadie imaginaba lo que el Liacho escondía en su pasado.

No me queda más que recomendar esta hermosa y significativa historia. Felicitar a José María por su trabajo de investigación, por el tesón que demuestra, por el lenguaje que bien marca brechas generacionales y socioculturales y por cada uno de los personajes y los paisajes de la sierra. La presentación de El Liacho de Cubiri se presentará el 9 de diciembre, a las 18:00 hrs, en el Archivo Histórico de Sinaloa. Quedan todos invitados. Enhorabuena, querido paisano.

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