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Columna

El encanto de lo bello

El arte de la vida consiste en descubrir y disfrutar el bien, el amor y la belleza escondida de lo que nos rodea, así un amigo abrió ventanas en mi mundo.
FACTOR HUMANO
27/11/2021

Sentir y entender

Lo bello nos acompaña y perfuma cuando nos abrimos a su encanto. Lo bello se siente, se intuye, y también se descubre, y esto es cosa del intelecto. Hay una belleza sensible que cautiva a los sentidos y otra que cautiva al intelecto; es decir, hay una belleza que se siente y otra que se entiende. Cuando se entiende lo que se siente hay más deleite.

Conocemos por sensaciones, percepciones y abstracciones. El intelecto puede encontrar belleza más allá de lo sensible: en lo inteligible, donde los sentidos no llegan. Hay belleza en una ecuación, en un poema, en el ser, en las formas.

La forma de una rosa, de una galaxia, de un rostro, de una mujer. La forma es una abstracción, no la ven los ojos aunque los necesita para captarla.

Hay una belleza intrínseca donde hay armonía y proporción entre las partes, la belleza tiene un sustento matemático, una proporción que se manifiesta en la naturaleza de las cosas, ella es independiente de los gustos personales. Hay belleza en la naturaleza, no en lo que el hombre ensucia y desordena. Pero captar lo bello exige condiciones: educar los sentidos, el buen gusto y distinguir los elementos que la conforman.

La belleza personal

Los griegos se obsesionaron por la perfección del cuerpo humano privilegiándola; pero la belleza que atrae rara vez es la belleza que retiene. Hay una belleza moral que denota perfección interna. Finalmente las personas nos resultan más bellas por el cariño que nos dan. Nada embellece más a una persona que su amor. El amor que damos y recibimos borra los defectos.

¿Sabemos mirar?

El mundo entra por los ojos, en los ciegos por los sonidos y sensaciones. Disfrutamos más una imagen cuando descubrimos sus 7 elementos: la perspectiva, la textura, el contraste, los patrones, la luz, el color, la línea. Las mejores fotos resaltan uno o varios elementos. Antes de tomarla hay que verla con la mente y enfocarnos en que queremos resaltar con impacto. La pintura, la fotografía, la arquitectura, la danza, las manualidades, la comida, las modas, entran por los ojos. Lo visual predomina.

Mi gusto es

Educar el gusto parece sencillo, los hábitos lo condicionan, exagerar en lo dulce, lo ácido, lo amargo, lo salado, impide saborear una infinitud de sabores y se polariza el gusto, de tal manera que sin chile, o sin azúcar, la comida no les sabe y esto es muy común. Se pierde capacidad de disfrute por saturarse.

Los japoneses introdujeron un quinto sabor: el umami, que significa sabroso; integra lo intenso, duradero y agradable, un meta sabor percibido en el medio de la lengua.

Educar el gusto implica educar el olfato. El aroma, generado por miles de componentes volátiles, la combinación del sabor y de los aromas integran el gusto. La cata de vinos de mesa implica educar la vista y la nariz.

La exquisitez del gusto denota refinamiento, equilibrio, intelecto. En torno a la mesa suceden grandes eventos de la vida, misma que hay que festejar agradeciéndola con templanza, lo contrario a la “ten panza”. Entre más exceso menos disfrute y salvajismo.

El mundo de lo sutil

Para aprender cosas nuevas tenemos que desaprender, abrir nuevas ventanas a nuevas experiencias.

No olvidaré esa comida con Katsuo, un japonés que vino a estudiar su maestría en letras a México, fuimos a un distinguido restaurante chino, nos sirvieron té de jazmín, tomé el azúcar, Katsuo inmediatamente me dijo ¡Noo! Yo asombrado le respondí, -si no le pongo me va a saber a agua hervida. -¡Noo! Recalcó, mira, huele su aroma, ponle atención. Observé su color; su aroma empezó a acariciar mi nariz, después le di un sorbo... Katsuo expectante. No capté gran cosa. Él insistió. Al rato empecé a distinguir una serie de sutiles sabores, me gustó.

Trajeron el arroz blanco y tomé la salsa china, ¡Noo!, espetó Katsuo de nuevo. -Katsuo, si no le pongo salsa esto va a saber a engrudo, -¡No! pruébalo, verás que tiene sabores. Incrédulo empecé a comerlo con palillos chinos, me enseñó, al rato empecé a disfrutar lo inédito, había empezado a probar el sabor de la sutileza gracias a que abrí las ventanas al mundo de lo infinitesimal, escondido por mis preferencias y gusto.

Educar algo tan personal e impulsivo como el gusto significa no someter las cosas a él, sino someter el gusto a ellas. Nos perdemos de mucho sin saberlo y por obstinados.

El mundo, aun el gusto, no gira en torno a nosotros, sino pensando en los demás, observando lo que nos rodea y aceptando lo que pasa aunque no nos guste. Más aun agradeciéndolo.

paulchavz@hotmail.com