El problema es que quienes creemos podemos sentirnos decepcionados por Dios o vivir como si no lo necesitáramos en la práctica.
¿Existe Dios realmente?
Entre más evidentes sean las cosas menos las vemos, entre más simples menos las valoramos y entre más frecuentes más nos acostumbramos.
Esto nos lleva a despreciar cosas que después nos arrepentimos seriamente. Nuestras creencias y vivencias pueden salvarnos o condenarnos... “aunque Ud. no lo crea”.
Cada día sin tenerlo en mente podemos tener una cita con la eternidad, sin embargo no nos percatamos de esto por estar inmersos en las faenas y preocupaciones cotidianas.
El contraste dramático de la cercanía de la muerte que camina como una sombra en nuestro camino nos sirve de contexto para plantearnos dos preguntas decisivas ¿Existe Dios realmente? ¿Qué relación práctica tenemos con Él en la cotidianidad ordinaria?
No es lo mismo plantearlo en un café, el ateísmo presenta consideraciones muy serias, sin embargo las más profundas no son las teóricas ni las intelectuales realmente: son las vivenciales aun creyendo en Él. Es decir, no manifestamos siempre lo que creemos.
Pudiese parecer que Dios vive alejado de nuestras aspiraciones y conducta ordinaria. Es más vivimos como si no le necesitásemos realmente y que la religión puede ser un adorno, creemos que todo depende del esfuerzo propio, de la colaboración de otros... y de la suerte. Solemos acudir a Él por necesidad y por un sentido utilitario.
El ateísmo suele darse porque la existencia de Dios choca contra la maldad del mundo, por las calamidades, por el mal ejemplo de los clérigos, en el fondo por no querer cambiar una vida retorcida intentando “justificar” así la conciencia, por no salir de la comodidad, del hedonismo, de la transa, de ver a Dios con fines utilitarios.
Como si solo fuese un Ser a nuestro servicio e intereses y que nos hace sentir decepcionados cuando no responde a nuestras urgentes y repetidas peticiones sinceras, que la fe “del grano de mostaza” no es suficiente, que no vemos las mejoras tan solicitadas.
El gran problema
Es que reducimos a Dios al tamaño de nuestra cabeza, de nuestras aspiraciones, deseos y conducta. El Dios que solemos ver es un reducido concepto mental, y eso obviamente no encaja con la realidad, menos cuando es muy dura.
Queremos que Dios se ajuste a nuestras ideas en vez de someternos a Él, lo que implica rendir el juicio ante lo evidente, aceptar el dolor, el sacrificio, queremos una religión cómoda con una cruz cómoda.
Vivimos inmersos en un mundo convulsionado por lo material que pone a prueba los principios cristianos en los momentos duros. Los valores reales no son los que creemos: son los que preferimos sobre otros importantes. Eso es lo que realmente valoramos y aquí hay tema de examen.
Existimos y somos
La evidencia misma de existir, tan palmaria, tan envolvente y tan repetidamente cotidiana, provoca olvidarnos de esta gozosa realidad que solo valoramos cuando salimos de un riesgo o ante la proximidad.
Vivir se nos ha hecho un regalo “merecido”. Pero ¿qué tanto y que tan frecuente lo agradecemos con la profunda humildad e intensidad?
El simple acto de existir es un auténtico milagro pero la cotidianidad repetida día tras día por años nos hace olvidarlo, incluso haciéndonos sentir dueños de la vida. Confundimos tenerla con haberla recibido.
El simple acto de respirar
Martin me hizo valorar algo tan simple cuando estuvo a punto de perder la vida por una severa neumonía consecuencia del Covid, cada respiro era una ganancia, un esfuerzo a veces titánico.
Me dijo que la muerte lo visitó al verse en el espejo como un espectro reflejado en su rostro a quien pudo distinguir claramente, su esposa y la enfermera lo constataron; en el momento más severo su madre vino por él para llevárselo consigo al más allá donde ella estaba, él se rehusó diciéndole que no la acompañaría que tenía cosas que hacer aquí y sacar a su familia adelante. Y así lo hace.
Las manifestaciones del ateísmo
La ausencia de la motivación religiosa, la exclusión por sentirse perseguido o ajeno a un grupo y la indiferencia, son grandes enemigos de la fe práctica que se le ha llamado Apateísmo.
Este más que una falta de creencia es una actitud irreflexiva y en el fondo viene de no tener una fe robusta por no romper el molde mental mencionado arriba que justo la fe rompe cuando se manifiesta. Al creer de verdad se rompen los diques como las tempestades rompen las presas.
Se manifiesta más en los jóvenes, en cambio en los mayores y más en las mujeres, el sentido religioso se muestra con más firmeza.
“Estamos habituados a vivir sin Dios y su ausencia ya no es sentida como una carencia” haciéndonos creer que la religión es aparentemente innecesaria cuando en realidad nos jugamos la vida eterna.
Demasiado el riesgo a cambio de algo tan bueno.