Cierra ciclo ‘Érase una vez la novia’
La historia en torno a Lupita, la novia de Culiacán ha estado llena de mitos y así lo plantea Sabaiba Teatro, que dirige Lázaro Fernando Rodríguez, en la puesta en escena Érase una vez la novia, que cerró, en el teatro Pablo de Villavicencio, un ciclo de alrededor de 50 presentaciones.
Se trata de Guadalupe Leyva Flores, Lupita, aquella mujer envejecida que se le veía caminar por el centro de Culiacán, por los años 50 a los 80, vestida de novia.
En escena, Tania Mascareño da vida a Guadalupe Leyva en su edad madura; Xia Arellano es Lupita de niña; Héctor García es el Doctor; Lorena Fierro la Enfermera, y David Zataráin el Novio y Esposo de la protagonista.
La historia inicia en un cuarto de hospital, Lupita se encuentra en una fase avanzada de cáncer y recibe está siendo atendida por un Médico y una Enfermera. Parece que Lupita agoniza porque a su memoria llegan los recuerdos.
Al mismo tiempo, aparece Lupita en su etapa de niña, representando los recuerdos que parece contar al médico del hospital y a la enfermera, en medio de su agonía. Es así que la historia se cuenta de manera simultánea en dos planos temporales. La madurez y la juventud o la infancia. En la casa de sus padres, junto al río o en la cama del hospital, contada desde distintas perspectivas.
El escenario estaba decorado con tela blanca y juegos de luces que nos adentraban en la atmósfera. Lupita hablaba de Juan, como el amor de su vida. Y la enfermera contó al médico, el mito que en Culiacán se creó de ella: que había perdido al amor de su vida justo en el altar y que eso la volvió loca.
Pero el médico lo refutó: Nada más lejano a la realidad y gustoso contó la verdadera historia de la mujer cuyo amor de su vida fue un Juan, pero que no lo mataron sino que se fue hacia el norte y finalmente se casó con otra mujer.
Luego ella rehace su vida y se casa a 37 años con Manuel Valenzuela, con quien procreó cuatro hijos, de los cuales sobrevivieron tres varones: Ramiro, Rubén y Daniel, pero falleció una hija al nacer, porque se le infectó el cordón umbilical.
Y ese fue el inicio de su locura.
Luego la pérdida del hogar por una inundación la llevaron a recorrer las calles de Culiacán en busca del Tesoro de la Divina Gracia.
Durante la historia se dejan ver los ideales en los que creía Guadalupe Leyva, su solidaridad con las madres de hijos desaparecidos, el Culiacán que se tornó violento y del que ya no quería seguir siendo su novia. La ciudad y sus tiendas, su gente, que le regalaba vestidos de novia, maquillajes costosos, perfumes y accesorios.
Pero vuelve a ese cuarto en el Hospital del Carmen, con la soledad que dejan las batallas del amor perdido.
Y su búsqueda sigue, pasaron los años, llegó a los 80 y luego una recaída que le impide ser candidata a quimioterapias o radiaciones. Regresa a su hogar, con su esposo y sus hijos, y luego al origen, al lugar eterno, donde finalmente se encuentra con esa hija amada y el amor de su vida.
Nominada
Esta obra, nominada recientemente al Premio Emilio Carballido por la Agrupación de Periodistas Teatrales, en la categoría de Mejor Obra de Autor nacional, para Alejandro Román.