Álvaro Blancarte, un pintor sinaloense y un sabio que supo ser feliz
En las faldas del Cerro La Panocha, en Tecate, Baja California, un sinaloense construyó su taller de artes plásticas para dar vida a su último sueño, el de un sabio que supo ser feliz.
Se llamaba Álvaro Blancarte y más allá de ser uno de los más grandes artistas plásticos que ha dado México, fue un hombre generoso, que compartió con los jóvenes hasta el último de sus conocimientos.
A los 87 años de edad, murió un culichi que se fue a vivir a Tecate, como quien se sube a una montaña para alejarse del calor, pero que siempre añoró la tierra de su infancia.
Prieto fino
La historia de Blancarte comienza entre Culiacán y Tecate, desde muy joven, en viajes solitarios en avión y a donde lo mandaba su padre para que escapara de los veranos ardientes de la capital sinaloense.
Aterrizaba en Mexicali y ahí lo recogían familiares para llevarlo a Tecate, una pequeña ciudad montada sobre la Rumorosa, con un clima templado, donde decía que se escondía del calor porque era un “prieto fino”.
La Universidad Autónoma de Sinaloa fue la primera institución que le abrió las puertas y donde comenzó a pintar, pero fue en un viaje por Europa donde conoció el arte abstracto y se convenció de que ese era su destino.
Ya instalado en la Ciudad de México y con una prometedora carrera en las artes, el terremoto de 1985 sacó a Blancarte de la ciudad y decidió mudarse a la ciudad que recordaba de sus viajes de niño: Tecate.
Tijuana
Blancarte vivió en las afueras de Tecate, muy cerca de Tijuana, la ciudad que le daría la oportunidad que estaba esperando.
En 1988, la Universidad Autónoma de Baja California abrió una extensión en Tecate y lo invitaron a fundar la carrera de Artes Plásticas, un espacio que va a producir a algunos de los mejores artistas plásticos de la actualidad en México.
La creciente expansión cultural de Tijuana no se puede entender sin el trabajo de Blancarte y la creación de nuevos valores.
Poco después, el Centro Cultural Tijuana se convirtió en la sede del taller de Artes Plásticas de Blancarte, quizá el más importante del norte de México y el sur de Estados Unidos, debido a la influencia que tenía en ambos lados de la frontera.
El taller de Blancarte produjo decenas de grandes artistas, además de que el gran pintor se mantenía siempre en movimiento, viajando por todo México y el extranjero, sin olvidar a Sinaloa, donde mantuvo el contacto con los artistas locales.
Matérico
Blancarte siempre se definió a sí mismo como un artista “matérico”, aquel que usa cualquier material y lo incorpora a su trabajo artístico.
Sus cuadros monumentales están repletos de tierra, de metales, de formas que se encuentran en el desierto, el mar y las montañas.
El “Caimán”, como era llamado por sus amigos, era un trabajador incansable, capaz de producir 200 cuadros de un mismo tema, que después recorrían las galerías del sur de Estados Unidos y todo México.
Consciente de lo que estaba produciendo, Blancarte fue un artista que supo cobrar bien por su trabajo y además enseñó a sus alumnos a no malbaratar sus creaciones, incluso gran parte de su obra se tasaba en dólares.
El personaje
Antes que un artista, Álvaro Blancarte fue un personaje en toda la extensión del término, vestía siempre de mezclilla, pantalón y camisa, hablaba alto y sonreía siempre, conocido por su buen humor y su camaradería, pero le sobraba carácter para decir lo que no le gustaba.
Era un enamorado de la belleza femenina, le fascinaba el mar y el desierto, y siempre cultivó el arte de hacer amigos.
Quizá su rasgo más conocido fue su generosidad, siempre estuvo dispuesto para enseñar hasta el último de los secretos de su arte a los jóvenes, nunca se guardó nada. Estaba convencido que solo se puede trascender a través de los demás.