Era un día de marzo con un viento loco de febrero. Recibí la invitación y sentí gozo; doña Refugio habría dicho: “¡ahora resulta!”, así, con admiración y sospecha. La ignoré y recordé al maestro de danza cuando dijo que lo ideal para un bailarín es empezar su entrenamiento desde niño, aunque quien empieza después lo hace con la plena conciencia de que el tiempo se aprovecha y el cuerpo no perdona. Llegué a la cita con una ráfaga de emociones. Allí estaba él reluciente, impecable, con la hilera de sillas dispuestas cual función del cine Margarita —ese que alguna vez vio en el pueblo de su infancia—, ahora en su residencia enclavada en el bosque. Además de sillas, había una computadora, un programa, una bocina y una pantalla. Los amigos fuimos llegando. Se anunció la tercera llamada, ocupamos los lugares y él se apersonó al frente.
Treinta y ocho años después grabó su primer cortometraje. <Aquí va una historia con la intención de que estimule para que cada uno se cuente la propia>, palabras más-menos. Se hizo el silencio, se apagó la luz y empezó la proyección. Aparece una mujer en ropa deportiva pedaleando una bicicleta fija en el interior de su casa. Termina la rutina, revisa el celular; hay picardía en su mirada. Se tira en un sofá y habla por teléfono con su amiga. Le dice: “no lo sé”, suponemos que la amiga le pregunta “¿por qué lo haces?” Surge la pregunta, que a mi juicio es la que quedará en quienes tengan la oportunidad de ver Al Vacío.
Un día en la vida de una mujer en un corto de 10 minutos. Corre cinta. Una actriz aparece en tres momentos distintos, cambios sutiles de escena y de luz, escasos diálogos, múltiples silencios, despliegue de imágenes... suena el timbre: el amante. Con su llegada hay un cambio de tuerca que perdura hasta el final. Un cortometraje casero con una producción, actuación y dirección profesionales, calificaron los asistentes más expertos. Los neófitos sólo nos embelesamos, supongo, por el conjunto de aciertos y por la bellísima música que sostuvo el ritmo en todo momento. De nuevo se hizo la luz, sonaron los aplausos y surgieron los comentarios.
Espero que Al Vacío llegue a festivales, gane premios, sea vista por muchos y hablen sobre ella los expertos, pero ésta que escribe quiere retomar el comentario de uno de los espectadores y ahondar en otros vuelos. “Quiero agradecer el ejemplo de vida que el doctor nos da con esta realización”. Sí, el guionista y director es médico de profesión. En sus años mozos fue estudiante del CUEC, de la UNAM, donde se formaron, entre otros, Alfonso Cuarón y Emmanuel Lubezki y aunque la vida le dio un giro y ganó la medicina su pasión por el cine le sostuvo el ímpetu y casi cuatro décadas después presenta su primer cortometraje. Esa inspiración primigenia surgió al leer Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías.
¿Quién dijo que todo está perdido?, yo vengo a ofrecer mi corazón, dijo Fito Páez. Una frase que se ha convertido en un himno a la esperanza, la generosidad, la voluntad, al valor. Veo Al Vacío y aplaudo la narrativa que toca. Como suele suceder con la literatura, que cuenta una historia para decirnos otra, que en lo no dicho está el mensaje, que una vez leída provoca la discusión y que cada cual encontrará en los personajes de su vida real al mejor protagonista, así el director Beltrán lanza su primer anzuelo.
El doctor Roberto Beltrán, paisano y médico de la mayoría de los presentes, sabe que no hacer lo que se quiere puede convertirse en pecado mortal por omisión pues el tiempo no perdona y enmudecemos la posibilidad de personificar los mundos posibles. Gracias por la inspiración, el profesionalismo y por la calidad que entregas en Al Vacío. En la vida como en la escena la amistad se hace presente y la música del cantautor Jesús Monárrez no pudo ser mejor para armonizar el corto. ¡Enhorabuena!, Roberto, y que se siga desovillando la madeja.