José Urquidy, su historia en los campos de Mazatlán de la mano de su madre
La historia de los beisbolistas mazatlecos es la historia de sus madres llevándolos por primera vez a un campo de beisbol y la de José Luis Hernández Urquidy no es diferente.
El lanzador mazatleco de los Astros de Houston que hoy protagoniza batallas épicas en la Serie Mundial creció en el humilde barrio del Infonavit Jabalines, en el corazón de la Colonia Juárez.
Pepe, como lo conoce su familia y sus amigos nació el 1 de mayo de 1995 y de lo primero que se enteró fue que sus padres se habían divorciado, así que se aferró a su madre, Alma Urquidy Miranda, y a una pasión por el beisbol que inquietaba a los que lo conocían.
Con apenas unos años comenzó a pedirle a su madre que lo llevara a practicar en la Liga Quintero, por donde pasaban caminando.
Su madre se las ingeniaba para sacar adelante a sus tres hijos, vendía tortillas de harina y empanadas, y hacía malabares para que alcanzara el dinero.
Cuando Pepe cumplió 4 años de edad, su madre ya no pudo retrasar más sus promesas de que un día lo llevaría a jugar beisbol y se presentó en la Liga Quintero con un niño que nunca dejaría de jugar a la pelota.
La vida de Pepe era difícil, era sumamente inquieto, “contingente”, dicen los mazatlecos.
La familia atesora decenas de anécdotas, como la ocasión en que le prendió fuego a la casa o cuando se bajó del camión urbano donde viajaba con su madre sin avisarle, y hoy parece tan concentrado en la lomita que nadie se imagina la energía que traía adentro.
En el beisbol recorrió el camino completo, desde las categorías de pañalitos hasta las nueve etapas previas que te imponen los equipos de las Grandes Ligas, pasando por la pertenencia a un equipo de la Liga Mexicana de Beisbol.
Además de contar con el apoyo de madre, Urquidy recibió el apoyo de su mejor seguidora cuando todavía no lo conocía la fama.
La madre de Pepe es una mujer con chispa, bromista y capaz de levantar el ánimo de cualquier partido, por muy mala pinta que tenga.
Armada con una matraca y en ocasiones hasta una peluca de Shakira, Alma Urquidy acompañó a su hijo a todas las competencias habidas y por haber, en ocasiones sin dinero, con el apoyo de los familiares y amigos, que siempre confiaron en el futuro de un niño que pedía que le cacharan una pelota al que llegaba de visita.
Terminada su formación en la Liga Quintero, Urquidy comenzó a salir a tirar a las rancherías, incluso viajaba los fines de semana a Nayarit, el estado vecino de Sinaloa, siempre lanzando con la esperanza de que un buscador lo contactara.
Y así llegó la oportunidad con Venados de Mazatlán, que fueron los primeros en enviarlo a un campamento en Arizona, un viaje que le cambiaría la vida, porque ese viaje le permitió hacerse de una visa para viajar a Estados Unidos.
Los aficionados de Venados de Mazatlán lo recuerdan como un prospecto con un gran futuro y a nadie le extrañó que lo firmara Sultanes de Monterrey para que de ahí brincara a los Astros de Houston, el sueño de todo beisbolista.
José Urquidy sigue siendo Pepe para su familia, el que pide El Corrido de Mazatlán para abrir un juego de la Serie Mundial, el que se va a casar con su novia mazatleca, el que siempre regresa al puerto.
La que ya no es la misma es Alma Urquidy, su hijo, el niño contingente que la arrastraba por todo el país jugando a la pelota, ahora le ha comprado una casa y ya no tiene que andar vendiendo tortillas de harina, aunque asegura que sigue siendo “de barrio”.