Una vida trabajando la madera, Evaristo y su amor a la carpintería
Treinta y cinco años trabajando la madera, media vida de un oficio en extinción que como todos tiene sus momentos románticos; los que prefieren el cedro antes que melamina, las herramientas de tallar antes que la sierra y unas escuadras bien acabadas en lugar de clavos de acero.
“No, pues si hay diferencia. Está bajando porque antes si éramos carpinteros, porque hacíamos trabajos bonitos y ahora no. Nos está quitando trabajo esto, la melamina”.
Evaristo conoció la carpintería en sus veintes, la oportunidad de trabajar bajo la sombra le dio razones de sobra para dejar la albañilería. Con el tiempo encontró en este oficio la estabilidad y armonía de quienes ya conocen su camino de vida.
En la Carpintería Ampie, ubicada en la calle Rafael Buelna esquina con Aquiles Serdán, en el Centro de Culiacán, Evaristo trabaja bajo un techo de adobe y una luminosa ventana que dibuja los contornos polvorientos del taller.
Acompañado de cuatro perros de nombres azarosos y cambiantes pasa el día reparando muebles tarareando la música de la radio.
El ruido de los carros pasando por la Aquiles Serdán lo tienen harto, su única escapatoria son los corridos de los Cadetes de Linares y las baladas de los Alegres de la Sierra que suenan de fondo sincronizados con la sierra y el serrucho.
El carpintero reniega del paso del tiempo, el cómo se prefiere un mueble de escasa calidad sobre uno de madera. Ya no hay carpinteros artesanos, dice. También recuerda que antes se pagaban millones de pesos por un comedor, millones de aquellos tiempos, claro.

“Pues un comedor salía en unos cuatro-cinco millones, eran millones de pesos en esos tiempos. Ahorita salen en 70, 80, 100 mil pesos... Nadie los quiere, nadie los paga”.
Cada vez hay menos carpinteros, el labor de la madera se alejó del comercio a gran escala y se focalizó en nichos específicos donde no hay espacio para el artesano de barrio, ese que su taller rebosa folclore y en las tardes el aroma a aserrín se mezcla con el de bebidas ambarinas que alegran el final de la jornada.

El día pasa lento en la carpintería Ampie, el tiempo caprichoso retoza junto a los perros que ven la vida desde la ventana y la nostalgia se cuela por los tablones corroídos del techo.

Evaristo termina su jornada en el ocaso del día, se va a su casa oliendo a aserrín con aguarrás; con esa tranquilidad que da un oficio sin enemigo ni problemas.