Jesús María: el pueblo en estado de sitio
JESÚS MARÍA._ Pedro ya tiene dos días sin poder tomar agua.
Llega montado en una moto que apenas anda porque su esposa viene casi colgada a su espalda, con una mano, y abrazando un garrafón vacío.
“Ah, yo pensé que ya estaban dejando pasar”, se justifica antes de dar vuelta frente a la barricada de piedra caliza que algunos elementos del Ejército han improvisado unos metros antes del entronque de La Campana, la principal puerta para llegar vía carretera al poblado de Jesús María, en la zona rural serrana al norte de Culiacán.
“Venga”, le grita un joven de Jesús María que aguarda junto a decenas de personas que no saben nada de sus familias desde las 09:00 horas del 5 de enero pasado. “Diga que lo dejen pasar, va por agua, ni modo que lo vayan a devolver”.
Pedro sabe que es un albur, porque es tocar la suerte que antes le negó el acceso.
“A ver si no salgo regañado”, masculla.
Retoma valor e insiste en cruzar la barricada poniendo su moto de frente a las piedras.
Frente a él hay una veintena de efectivos del Ejército, patrullas y otros vehículos calcinados con que civiles armados despojaron y usaron para bloquear caminos en varias vialidades de Culiacán, previo, durante y después del operativo con el que fuerzas armadas detuvieron a Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”.
La actitud de los soldados cambió y Pedro ahora sí podrá pasar por agua, para no tener que regresar a El Limón de los Ramos, que le queda mucho más lejos.
A los familiares de vecinos de Jesús María que no les habían permitido pasar antes, hasta que llegaron visitadores de la Comisión Estatal de Derechos Humanos y de la Comisión de Defensa de Derechos Humanos del Estado de Sinaloa.
Empezaron a abrir el bloqueo, solo dieron algunas indicaciones, como circular a baja velocidad y con los vidrios abajo.
“No tomen fotos, no tomen videos. No está permitido”, recalca uno de los efectivos y luego otro.
Apenas a cinco minutos de camino, la estrategia del Ejército fue obvia: dejar a los visitadores de derechos humanos y periodistas solos en Jesús María.
Porque en el camino la primera caravana que se retiró de la zona era de seis patrullas con media docena de efectivos en cada vehículo con armas antiaéreas, y la segunda era de cinco humvees con una decena de militares que mantenían su posición en el área.
De La Campana a Jesús María hay 20 kilómetros, casi en cada uno de ellos, hay vehículos, tanto de civiles como patrullas o hasta blindados y artillado del Ejército calcinados, con las llantas ponchadas, chocados o con evidencia de una cruenta batalla con armas automáticas.
La versión oficial es que el Ejército y la Guardia Nacional se topó con un convoy en el que viajaba Ovidio a su casa en Jesús María, que fue detenido, en su traslado a Culiacán los militares recibieron apoyo aéreo con helicópteros artillados que repelieron ataque desde tierra y luego llevado vía aérea a la Ciudad de México, después de la cruenta jornada del jueves.
Pero allá cuentan otra historia: los militares, la Guardia Nacional y la Policía Estatal sostuvo batallas en toda la ruta, en Los Arroyos, en La Anona, puntos intermedios, hasta llegar a Jesús María.
La comunicación resulta un problema natural por las montañas, pero además no hay servicio de energía ni tampoco de Internet o agua potable.
Hay un punto entre La Anona y Jesús María que la mayoría usa para detener su automóvil y aprovechar la única rayita que te da el servicio en esa zona.
Después del arco, el Jesús María del jueves por la tarde era otro, sin la presencia armada.
“Hasta ahora salimos. Sin luz, sin agua, sin nada”, señaló Elsa, de 58 años.
“Fueron a buscar una tienda, una tienda nomás estaba abierta, y compraron puro huevo, porque no había más. De todo el día, nomás de cena, porque en todo el día no se hizo comida”.
A la señora Elsa, quien vive por la calle principal, se le preguntó sobre casas cateadas.
“Pues para allá arriba están unas casas que... de hecho ahorita había mucho gobierno ahí, pero no sé, ya se salió, pero ahí está muy feo”, recalcó.
Jesús María es un pueblo que tiene una loma que gobierna, con una casa elegante, construida de dos grandes salones, portales en vez de porche y cocina, además de las habitaciones. Área de patio grande, juegos infantiles y césped artificial, cocheras sin techo para vehículos todoterreno como Mercedes Benz y los razers.
Ese lugar fue atacado desde el aire por la madrugada, pero también hay evidencia de granadas detonadas en el portón de acero, cientos de casquillos calibre antiaéreo por el suelo.
Los militares, dicen, tomaron el lugar, se quedaron ahí y prepararon comida después de que catearon todo el inmueble. En el lugar aún había evidencia de decenas de kilos de espagueti en recipientes, listos para servirse.
También señalaron que además de la comida se robaron cobertores.
La primera mitad del pueblo vive inclinada, después de la casa de la familia Guzmán, que tiene una asombrosa vista a la Sierra Madre Occidental al norte, y hacia abajo hasta la calle principal, y el caserío continúa después de la calle principal.
Conforme uno se puede adentrar al pueblo resulta más común hallarte con camionetas blindadas que resultaron atacadas e inutilizadas por los militares o el ataque aéreo el día del operativo.
La mayoría son blancas de modelos muy reciente, como 2022, y con una cúpula de blindaje para el operador del fusil o torreta. Algunas incendiadas, otras con las llantas destrozadas, balaceadas de los parabrisas o ventanas.
El Ejército, aseguran no los ha dejado salir, ni en casos de emergencia.
“No tenemos agua, no tenemos luz, y luego, las tiendas no tiene cosas de comida”, recalca Isabel, de 40 años, quien atiende sus dos hijas y dos nietas.
“Ocupamos que entren los que vienen a surtir las tiendas, porque no tenemos... yo soy madre soltera, aparte, yo tengo que trabajar y si no me dejan salir a trabajar, ¿pues cómo?”.
Los pobladores abren las puertas de sus casas como Juan, de 24 años, cuyos abuelos se fueron para estar más tranquilos en otro lugar.
En el patio de su casa, a unos metros de la casa cateada y la que sufrió ataques aéreos, descubrió la mañana del día 5 de enero dos granadas sin detonar, de las que se utilizan con el dispositivo que vulgarmente le llaman “lanzapapas”.
Entrar al patio de la casa de Juan da la sensación de entrar a una zona minada. Hay un hoyo por el estallido de una que todavía se no clarito. Por las demás, su familia decidió colocarle una silla de plástico blanco encima a una de las granadas y a la otra un neumático usado y una escoba.
Mientras asegura que “no pasa nada”, porque ya no explotaron, muestra cómo hay señales de balazos en la mallasombra de su portal, en las dos ventanas principales de su casa, en la puerta y hasta un espacio de concreto junto al refrigerador.
“No tenemos luz desde ayer”, dice mientras alumbra con la lámpara de su celular el vidrio roto del frente de su estufa.
Al anochecer, hay voces que aseguran que el Ejército viene de regreso a Jesús María.
“Deberían quedarse”, dicen algunos de decenas de habitantes que se apostaron en el arco de entrada al pueblo. “Para que vean el cochinero que hacen aquí en el pueblo”.
Y resulta cierto, pues cuando la caravana de la prensa y derechos humanos avanza rumbo al entronque de La Campana, regresan exactamente lo convoys de seis patrullas y cinco humvees.