Con el sazón de la abuela, Alejandra hace deliciosas conchas rellenas y panes especiales en Culiacán
CULIACÁN._ En la cochera de su casa, la señora Alejandra Sánchez Beltrán tiene su pequeña cocina, donde realiza todo tipo de panes, pero el más especial y más pedido son las conchas rellenas de queso, nutella o cajeta.
Desde las 5:00 de la mañana inicia su jornada, se pone su gorro y empieza a preparar la masa. La habilidad con las manos y la creación de nuevas cosas la trae desde muy pequeña.
Alejandra agarra un bulto de masa, lo toma y despliega, mientras platica. Lo hace con agilidad mientras le pone el relleno a las empanadas que va realizando, las primeras son de cajeta y les pone una marca por fuera, porque luego se confunden entre tantas que hace.
Tiene apenas cuatro años dedicándose a la repostería, pero toda una vida desarrollando su habilidad con las manualidades.
Para salir de la rutina, Alejandra decidió un día apartarse de la mercería y tomar clases para saber hacer panes y pasteles.
En tres años, aprendió de todo, y es ahora lo que aplica y hace en su pequeña panadería que instaló en la cochera de su casa a la que llamó “Mi Abuelita”, la cual se ubica por la Avenida Aquiles Serdán en la Colonia Miguel Alemán, muy cerca de la Federal 2.
Antes de tener una mercería, ella ya hacía pasteles, empanaditas y cualquier tipo de pan, pero no se dedicaba a eso.
“Ahí yo aprendí, ya que yo me sentí segura, le dije a mi hija, hija te quedas en la mercería y yo voy a poner una panadería”, señala.
“Gracias a Dios tengo muchos clientes a todos les gusta... leño, corbata, elote, empanadas, pan integral, conchas”.
La concha es la estrella de esta panadería, ya que los clientes vienen en búsqueda de esta deliciosa pieza que está rellena de queso, nutella o cajeta.
“La concha es la que más se vende porque las hago rellenas y las hago sencillitas, y la concha es la que mis clientes le dan preferencia... gracias a Dios todo se vende, pero las conchas se venden muy bien”, dice.
Alejandra explica que hace de todo, galletas de muchos tipos, galletas sin gluten, de muchas harinas, harina de coco, de avena, de garbanzo, de muchos tipos, y a esas les pone una azúcar especial para que la pueda comer un diabético o uno mismo que se quiere cuidar.
“Entonces trato de cuidarlos con lo que yo les vendo, porque luego vienen y me dicen ‘Ay oiga, es que me hace daño’. ‘No’, le digo, ‘es que no vas a comerte mucho y puedes comer poquito, sabiendo de que te estás cuidando’, entonces es muy bonito, a mí me gusta todo eso”.
Aunque ella sola hace casi todo, explica que su esposo le ayuda, pero con pequeños detalles a la hora de ponerse a hornear, pero que en su mayoría ella se encarga de todo en su negocio que abre de las 9:00 a las 19:00 horas.
“Yo les pongo una señita para saber que son de cajeta, son muchas y después se me enredan, ya así ya sé, de qué son cada una, nomas a la de queso no le pongo, porque luego se desbarata y no le queda nada”, indica.
“Nunca yo quisiera dejar de aprender algo diario, me gusta mucho eso, siempre me ha gustado estar activa y diario aprender algo, no decir ya aprendí esto y aquí me quedo”.
Cuenta que desde los 15 años ella empezó a estudiar manualidades, ya que no pudo estudiar una carrera profesional, porque en aquellos tiempos su padre no se lo permitió.
“Mi papá no nos dejó que estudiáramos una carrera, ustedes enséñense a hacer lo que debe ser una mujer, así fue, gracias a Dios pues le he sacado provecho”, recuerda.
La señora Alejandra estudió hasta la primaria en Capomos, Angostura, lugar en el que nada más había acceso a ese nivel educativo, y entre los 11 hermanos que eran, fue lo único que alcanzó a estudiar.
“Mi papá era solo para todos, pues era mucho”, señala.
Aunque ella fue la cuarta de los 11 hermanos, fueron los que siguieron de ella quienes sí pudieron estudiar un grado escolar mayor.
“Yo iba diario a clases caminando, iba y venía en Alhuey, antes de llegar a Angostura, pero de Capomos queda a 3 kilómetros, había una muy buena maestra y ella nos daba de muchas cosas”, cuenta.
”Después ya me casé, me vine aquí, nacieron mis hijas”.
Fue ahí en Alhuey donde conoció a su esposo, con quien ya tiene 53 años de casada, matrimonio en el que han procreado cuatro hijas y actualmente ya tienen 11 nietos, ocho niñas y tres niños. Para este próximo 8 de octubre, Alejandra cumplirá 76 años.
“Soy feliz, porque es una bendición cada uno, y el amor de madre de abuela, pues eso nadie te lo compara”, dice.
“Mis hijas gracias a Dios esa era mi ilusión, que ellas estudiaran tuvieran su carrera, sí hace falta”.
Sus cuatro hijas son profesionistas, la mayor es ingeniera industrial, la que le sigue enfermera, la tercera es pedagoga y la cuarta es psicóloga.
Con la llegada de la pandemia, el negocio se vio afectado, la venta bajó y Alejandra resultó contagiada de Covid-19, por lo que durante un mes estuvo en resguardo en su casa con oxígeno.
Después de ese bache, las ganas de seguir y de aprender nunca han dejado de estar por parte de la señora, ya que para ella nunca es tarde para continuar en el camino del conocimiento.
“Aprender, nunca me he conformado con decir sé, nunca he dicho ya terminé de a estudiar”.
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