La palabra instante derivó del latín instans, instantis, que significaba lo que está sobre o encima; sin embargo, por influjo de Cicerón y Quintiliano, quienes usaron la expresión tempus instans, devino en la imagen del tiempo presente que se escapa y nos apresura.
Nuestra vida se conforma por multitud de instantes, momentos que en ocasiones consideramos banales, intrascendentes y fugaces y, que, sin embargo, definen con decisiva trascendencia nuestro derrotero existencial, como afirma la filosofía Zen:
“La única realidad que existe es el aquí y ahora. El pasado no debe preocuparnos porque ya no existe, pero este instante presente es fruto del pasado. El futuro tampoco debe preocuparnos porque aún no existe, pero de lo que se haga en este mismo instante depende el futuro, aunque tampoco sabemos cuál será”.
En el libro La intuición del instante, Gastón Bachelard se preguntó por la realidad del tiempo y concluyó que solamente se condensa en el presente, pues el pasado y el futuro se reducen a dos nadas: “el pasado es tan vacío como el porvenir y el porvenir está tan muerto como el pasado”. En síntesis, lo único durable y sólido es el instante.
Por eso, la sentencia latina de Horacio continúa siendo válida: Carpe diem, como destacó Robin Williams en su papel del profesor de literatura, John Keating, en la película La sociedad de los poetas muertos (1989):
“El día de hoy no se volverá a repetir. Vive intensamente cada instante, lo que no significa alocadamente; sino mimando cada situación, escuchando a cada compañero, intentando realizar cada sueño positivo, buscando el éxito del otro; y examinándote de la asignatura fundamental: el amor. Para que un día no lamentes haber malgastado egoístamente tu capacidad de amar y dar vida”.
¿Vivo intensamente el instante? ¿Aprovecho mi tiempo?