Era como un sueño, sí, pero las mayorías no estaban invitadas. El salario de los obreros fue perdiendo su valor al mismo tiempo que nacía una nueva casta: los multimillonarios, hábiles en hincharse con concesiones del Estado. La desigualdad se acentuó al mismo tiempo que florecían las fábricas, que alimentaban un comercio cada vez más fluido y vaciaban los campos de mano de obra. Millones se vieron obligados a migrar y del mismo cucharón neoliberal, que daba vueltas al caldo de la pobreza, se inició una guerra contra las drogas que pronto cubrió con sangre y cuerpos las calles. Y todo esto y más sucedió al tiempo que PAN y PRI concluían su fusión en una sola fuerza, con una misma ideología

    En 2012, de sobra documentado por los mismos actores políticos que tomaron parte del juego, el panismo operó en dos carriles. Por un lado mantuvo la campaña de Josefina Vázquez Mota con el mínimo esfuerzo y por el otro operó, incluso desde el Gobierno, para que Enrique Peña Nieto llegara al poder sin susto. Los medios tradicionales no se la pensaron dos veces: casi al unísono y sin distracciones dieron apoyo al Revolucionario Institucional mientras desde la Presidencia de Felipe Calderón se tendía el tapete para lograr el rescate de un partido que duró 80 años en el poder y al que había jurado destruir.

    Nadie se asustó entonces y ya nadie puede darse por sorprendido ahora. El Partido Acción Nacional, la élite intelectual y medios y periodistas llevan al menos desde 1988 rescatando al PRI. Carlos Salinas de Gortari asumió la Presidencia en medio de los gritos de “fraude” y pronto presumió las fotos de los panistas y los escritores más renombrados sentados junto a él, y con los medios de comunicación pudo cerrarle el paso a la crisis de gobernabilidad. El 1 de noviembre de 1989 asumiría el panista Ernesto Ruffo Appel la Gubernatura de Baja California y luego, el 3 de noviembre de 1991, Carlos Medina Plascencia en Guanajuato. Se inauguraban, así, un nuevo estilo de amarrar el poder entre PRI y PAN: las “concertacesiones”, es decir, simular elecciones y decidir gobernantes desde la cúpula del poder.

    En los siguientes años, PRI y PAN fueron encontrando tantas coincidencias y compartiendo tantos favores que perdieron sus rasgos particulares y aceleraron su fusión en uno solo. Los intelectuales, los medios, los periodistas y los empresarios se dieron cuenta que no importaba quién asumiera el poder: si eran panistas o priistas se respetarían los acuerdos. Juntos aprobaron el Fobaproa para obligar al pueblo de México a pagar las deudas de los ricos y de sus empresas; y no fue un trauma que Vicente Fox ganara la Presidencia porque era otro entre ellos. Los gobiernos del PAN no sólo respetaron a los priistas sino que se sentaron con los líderes de sus sindicatos para darles viabilidad y los ayudaron a cruzar hacia esa nueva realidad del País que presumieron como “normalidad democrática”.

    Y se volvió casi como un sueño: empresas, sindicatos, gobiernos y sus partidos habían iniciado, desde aquel 1988, un camino hacia su prosperidad. El pensamiento único floreció, dicho por Rolando Cordera y Carlos Tello en México, La Disputa por la Nación: “El capital encontró respaldo, para el logro de sus objetivos, en ‘think tanks’ bien financiados e instituciones académicas poderosas de prestigio. En México, a partir de los primeros años de la década de los 80, tuvieron un crecimiento vertiginoso las universidades privadas que ofrecían las carreras de economía, derecho y administración de empresas. También en esos años se desató una campaña de desprestigio de la universidad pública que desde luego iba más allá de la crítica a su desempeño académico o de las reservas que el activismo en ellas les provocaba. Armados con el bagaje neoliberal, casi todas las formas de solidaridad serían disueltas y reemplazadas por el individualismo, la propiedad privada, la responsabilidad personal y los valores de la familia”.

    Era como un sueño, sí, pero las mayorías no estaban invitadas. El salario de los obreros fue perdiendo su valor al mismo tiempo que nacía una nueva casta: los multimillonarios, hábiles en hincharse con concesiones del Estado. La desigualdad se acentuó al mismo tiempo que florecían las fábricas, que alimentaban un comercio cada vez más fluido y vaciaban los campos de mano de obra. Millones se vieron obligados a migrar y del mismo cucharón neoliberal, que daba vueltas al caldo de la pobreza, se inició una guerra contra las drogas que pronto cubrió con sangre y cuerpos las calles. Y todo esto y más sucedió al tiempo que PAN y PRI concluían su fusión en una sola fuerza, con una misma ideología.

    Y si Calderón repartió 48 mil millones entre los medios, Peña aumentó la apuesta hasta los 60 mil millones. Y si Salinas empezó repartiendo entre los cuates las empresas nacionales a precios de ganga, Fox y Calderón entregaron tierras y agua en concesión como nunca antes en la historia. En los barrios, mientras, los hijos de la maquiladora crecían sin tutela del Estado y pronto engrosarían, en bola, las filas del crimen organizado. La corrupción en las élites alcanzó niveles de descaro hasta volverse el “modelo de negocios” de los grandes y los medianos.

    ***

    Este 2021 marca un momento histórico para la vida nacional. En el pasado, PRI y PAN se acompañaron como gobierno; pero este año, por fin, compartieron boleta y propuesta. El camino para alcanzar una fusión electoral fue largo. Y hay que reconocerle al PAN el haber salvado al PRI una y otra vez durante estos años, los más difíciles para esa fuerza que nació de la Revolución de 1910.

    En 1988, el PAN rescató al PRI de la ingobernabilidad. Y apenas 10 años después, en diciembre de 1998, aprobaron juntos el mayor saqueo de la historia: sacaron desde el Congreso su Fobaproa. En el nuevo siglo, el proceso de fusión tuvo dos grandes momentos: en 2000 por fin se compartieron el poder federal y para 2012 alcanzaron el sueño del bipartidismo: el PAN devolvió al PRI el poder. Luego vendría el amargo 2018 y después, forzados por las circunstancias, tuvieron que fusionarse en las urnas. Digo “forzados por las circunstancias” porque claramente hay más qué repartir cuando son dos fuerzas robustas jugando a ser independientes. Separados, en 2021, ya no les daban los números.

    A esta historia, sin embargo, le faltan pruebas de amor: las elecciones de 2022 y 2023. No serán fáciles para nadie y en un descuido, el PRI podría perder tanto control territorial que se sentaría en la banca del PRD. El Presidente López Obrador, que es el motor de Morena, anda en 63 por ciento de aprobación promedio; no es buena señal. Hay estados donde el oficialismo ganará en 2022 sin mucho problema y si cuida a sus candidatos, puede irse lejos: Oaxaca y Tamaulipas los tiene en la bolsa; puede también quedarse Hidalgo o incluso Durango o Quintana Roo. Y luego viene 2023, donde dos bastiones priistas se ponen en juego: Coahuila y Estado de México. Claramente le toca otra vez al PAN rescatar al PRI. Y sin duda lo hará.

    Han ido juntos muchos años ya para separarse. Y son años fundamentales. En 2024, si no ocurre algo realmente extraordinario, Claudio X González y Gustavo de Hoyos verán su sueño cumplido: PAN y PRI otra vez unidos. Mi pronóstico es que si el PRI se diluye demasiado antes de la presidencial, el PAN se volverá macho alfa de la relación. Intelectuales, medios tradicionales, periodistas y empresarios no tendrán problema en acompañarlos, el PAN a la cabeza, como lo han hecho hasta ahora. Para el futuro, no veo cómo esas fuerzas, que se opusieron durante algunos años, podrán separarse. Ya son una misma cosa. Preveo que el destino que depare al PRI será, ahora sí, el de su media naranja: el PAN.