Las ventajas de ser eso que llaman una “persona consciente” son muchas sin lugar a dudas, pues las personas conscientes son aquellas que no solo están avispadas de modo permanente y previendo lo que a los demás suele pasar por alto, sino que tienen claro su lugar en el mundo: saben de su valía; se informan de los temas públicos, económicos, tecnológicos, artísticos, científicos; su polifacética curiosidad las hace poseer un juicio propio acerca de infinidad de asuntos y, sobre todo, tienen muy definido hacia adónde deben encaminarse. En pocas palabras, las personas conscientes viven despiertas.
Cuando hablamos de las ventajas de quienes son conscientes, dejamos enterrado un enorme supuesto, un axioma que no se discute y se admite sin más porque nos parece evidente. Me refiero a que admitimos sin ningún cuestionamiento que es mejor saber que no saber, estar despierto que dormido, al tanto de uno mismo que enajenado: que es mejor la conciencia que la inconsciencia.
Hoy, sin embargo, quisiera detenerme un momento a revisar la validez de este axioma, al que, por cierto, he consagrado mi vida entera, y preguntarme. ¿De veras es indiscutiblemente mejor ser una persona consciente que una inconsciente? Acerquémonos al que vive hundido en la inconsciencia: es obvio que se trata de alguien manipulable, aborregado, a la que conducen en una dirección u otra, pues acostumbra seguir a la mayoría de la que forma parte sin jamás cuestionarse nada, vive en una comunión total con sus congéneres, y cuando acaso algo lo incomoda, tranquilizadoramente se dice a sí mismo: “así es la vida”, “es natural”, “así pasan las cosas” y sigue adelante convencido de que está en lo correcto, pues a sus lados, arriba y abajo de ese vecindario de inconscientes con quienes convive, todos le confirman que, efectivamente, “así son las cosas siempre”.
La situación descrita no me parece necesariamente una desventaja. Al contrario, pues las llamadas personas inconscientes -por definición - al no darse cuenta, tampoco se percatan de su inconsciencia; se experimentan a sí mismas como autodeterminadas; están convencidas de que sus opiniones, deseos, aspiraciones, etc. son genuinamente suyos, resultado de las “razones” que ellos mismo se ofrecen. Obviamente, no estoy pensando en uno de los bandos del espectro político, sino en todos, en absolutamente todos los bandos; tampoco me refiero a los feligreses de una religión sino a todos incluidos, incluso, los irreligiosos, pues como hay un descomunal número seres humanos en el mundo, los hay para todo, unas multitudes comulgan con algún credo y otras multitudes con algún descredo.
Las llamadas personas conscientes se experimentan como libres, autónomas, autárquicas, pero sin el fervor con el que se sienten libres los inconscientes, porque si alguien está realmente convencido de que obra por sí mismo y que lo asiste toda la razón es el inconsciente, ya que ni siquiera se ha planteado jamás que sus puntos de vista o sus acciones sean el resultado de una maquinaria que desconoce. Más tranquilo, con más compinches es la persona inconsciente, ¿dónde están realmente las ventajas de ser consciente? Esta pregunta a veces me atormenta.