El dióxido de carbono es un gas de efecto invernadero que se encuentra de manera natural en la atmósfera, como es en el caso de lo emitido por erupciones volcánicas, pero han sido actividades antropogénicas las que han ocasionado un incremento importante de su concentración, incidiendo así en el aumento de la temperatura global del planeta. Tales actividades antropogénicas están vinculadas con la extracción y el uso de combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón, esencialmente) en distintos sectores de las economías nacionales, como son los correspondientes al transporte y la industria, aunque también la deforestación e incendios forestales contribuyen fuertemente a ello, pues los árboles que se eliminan liberan el dióxido de carbono que estaba acumulado en esa vegetación.
Ante esto, y considerando que los patrones de producción y consumo de la humanidad no se están modificando ni actualizando como se espera -de hecho, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera solo muestra una tendencia incremental, aumentando en un 50 por ciento desde el inicio de la era industrial debido a actividades antropogénicas (NASA, 2022)- y que la humanidad tiene el tiempo encima para ralentizar el impacto del cambio climático -mientras se busca controlar que la temperatura llegue a un máximo de 1.5°C o 2°C, según lo estipulado en el Acuerdo de París de 2015-, se han explorado opciones para remover dióxido de carbono de la atmósfera.
El sentido común permitiría considerar a la reforestación como parte central de esa estrategia de remoción de ese gas de efecto invernadero, a través de capturarlo naturalmente y fomentar la consideración de bosques, además de océanos, como reservorios de carbono, pero esto no es ni será suficiente en términos de cantidad ni de temporalidad. Esto es, además del ya comentado incremento de dióxido de carbono, que ronda las 419 ppm* según mediciones de la NASA, existe prisa por reducir la presencia de este gas de efecto invernadero.
Por eso, se ha contemplado el desarrollo de actividades antropogénicas para remover el dióxido de carbono y almacenarlo en los reservorios terrestres u oceánicos. Aquí destacan actividades como la reforestación, la aforestación, la agrosilvicultura y la mejora de prácticas forestales. En cuanto al ámbito oceánico, no solo se proyecta el cultivo de algas marinas por su tendencia a capturar este gas, sino también se reconoce la relevancia del papel que desempeñan los manglares en las zonas costeras.
Aunado a esto, se ha anunciado la construcción de centros de captura de dióxido de carbono, cuyos procesos incluyen capturar este gas en su fuente de emisión, transportarlo, y almacenarlo en formaciones geológicas subterráneas o en las profundidades oceánicas. Estos procesos involucran el desarrollo de geoingeniería, cuya existencia ha sido controversial por las posibles implicaciones -identificadas o no- de su uso.
Lo que queda claro es que ninguna de todas estas actividades que buscan reducir dióxido de carbono, a través de la remoción o captura y almacenamiento, no es suficiente por sí sola, sino que es necesario implementar acciones complementarias entre todas ellas, tanto desde perspectivas naturales, como desde la contribución antropogénica de la geoingeniería. Para ello, es necesaria la participación de una gran diversidad de actores a través de políticas públicas y proyectos público-privados que permitan reorientar las economías nacionales, a fin de que los procesos de remoción, captura y almacenamiento de dióxido de carbono sean fructíferos, coadyuvando así a contrarrestar una situación en la que no se están reduciendo las emisiones de este gas de efecto invernadero.
*ppm refiere a “partes por millón” y se vincula al número de moléculas de dióxido de carbono presentes en cada millón de moléculas de aire seco.
Referencia: NASA (2022). Understanding our planet to benefit humankind. Carbon Dioxide. Disponible en: https://climate.nasa.gov/ [Acceso: 2 de noviembre de 2022].