Wikipedia: “Catherine Deneuve fue musa del diseñador Yves Saint Laurent, y su rostro llegó a ser usado para representar a Marianne, el símbolo nacional de la República Francesa, desde 1985 hasta 1989. Deneuve en 1997 fue protagonista del video de la canción N’oubliez jamais, de Joe Cocker. Actualmente es embajadora de buena voluntad de la Unesco.
Tiene dos hijos, Christian Vadim (nacido en 1963), con el director Roger Vadim, y Chiara Mastroianni, nacida en 1972, de la relación que la actriz mantuvo con el italiano Marcello Mastroianni durante cuatro años. Catherine Deneuve solo se ha casado una vez, con el fotógrafo británico David Bailey, matrimonio que duró de 1965 a 1972.
En 1996, publicó un libro titulado Elle s’appelait Françoise, escrito junto a Patrick Modiano, en el que cuenta cómo la muerte de su hermana cambió su vida para siempre. Pero lo más tremendo y al mismo tiempo lo más hermoso que Deneuve cuenta en ese libro es que, durante su relación con François Truffaut (quien antes había sido amante de Françoise Dorléac), ambos sabían, sin hablarlo jamás, que compartían una pasión secreta. Esa pasión, naturalmente, se llamaba Françoise. La actriz francesa, con 76 años de edad, sufrió el 5 de noviembre de 2019 un accidente cerebrovascular isquémico (AVC) ‘muy limitado y reversible’ por el que fue hospitalizada, según informó su familia en un comunicado”.
Mi mujer Marián: “La última conversación presencial que tuvimos en grupo, Ramón, tú hablaste de morir épicamente. Parecías decidido a descubrir qué muerte se adaptaría mejor, según la vida que cada quién tiene. Yo recuerdo haber estado incómoda con el tema, porque hablar de la muerte me incomoda en demasía, sin embargo escucharte hablar siempre era un agasajo. Ahora, a unos días de tu partida de este mundo terrenal, pienso en si moriste o no épicamente, y no sé. No lo sé porque la última conversación que tuvimos por WhatsApp fue breve, como suelen ser estos comunicados, y me seguías pareciendo ese roble inagotable que no necesitaría de una épica muerte porque viviría mil años. Pero hoy creo que de tener la fuerza suficiente para temas de muerte, te diría que más, mucho más que una muerte épica, mucho más... una VIDA ÉPICA, como la tuya. Y tu muerte también es épica porque apenas dejaste este mundo y muchísimos descubrimos la enorme falta que harías”.
Comentario del Hernán: ”Ramón era una especie de carismático conferenciante itinerante. Su vida, según el currículo, me parece felizmente lograda, y su muerte, tan inevitable como la del resto. ¿Cómo una mujer pensante como tú se incomoda con temas como la muerte?”.
Respuesta de Marián: “Difícilmente Ramón dialogaba con calma. Pienso que le daba miedo romper la capa de protección que siempre ponía en su diálogo carismático. De hecho creo que de las pocas conversaciones profundas, la última fue la más, hablando de la muerte. En cuanto a lo otro, no me molesta hablar del tema. No es tanto lo que pienso de la muerte, sino lo que siento”.
Mi opinión: Conviví con el Ramón unos 40 años. Comía o desayunaba con él con cierta frecuencia, en diferentes lugares. La plática era siempre inteligente, informada, amena. Conocí su oficina, su casa, algunos de sus múltiples contactos, pocas de sus ideas, casi ninguna de sus afiliaciones políticas salvo su compromiso con el grupo de Manuel Camacho. Como director ambiental del DF (era activista ambiental internacional desde 10 años antes), desafiado por la ‘inversión térmica’ que entonces azotaba la ciudad, implantó en la capital el programa de prohibir burocráticamente la circulación de vehículos por un día o dos. Ramón me advirtió que ese programa debía ser temporal, como en Europa. Nunca compartí la obsesión central del Ramón: hacer su vida ‘trascendente’, cuando si hay algo efímero y evanescente en este mundo, es la memoria humana individual.