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En la columna anterior, resaltamos la importancia de mantener viva la esperanza en el horizonte. Sin embargo, esta tarea no resulta una empresa fácil y sencilla, porque, como afirma un conocido refrán, “el que espera, desespera”.
Aunque no estemos de acuerdo con esta máxima, habrá que reconocer que muchos autores la respaldan. Por ejemplo, el filósofo Fiedrich Nietzsche, expresó: “La esperanza es, en verdad, el peor de los males, porque prolonga las torturas de los hombres”. A su vez, el escritor francés, François de La Rochefoucauld, señaló: “La esperanza y el miedo son inseparables”.
Es cierto que el miedo y la incertidumbre nos atenazan en muchas ocasiones, pero nunca deben constituirse en un muro que detenga la perspectiva de la esperanza. El afamado psicoanalista, Erich Fromm, indicó que debemos cultivar el arte de la paciencia y mantenernos alertas siempre alertas: “La esperanza es paradójica. Tener esperanza significa estar listo en todo momento para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse si el nacimiento no ocurre en el lapso de nuestra vida”.
Otro error consiste en identificar la esperanza con el optimismo y aguardar que todo resulte tal como planeamos, subrayó Vaclav Havel, ex Presidente de la República Checa: “La esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte”.
Incluso, si las cosas sucedieran completamente al revés de como esperamos, debemos considerar ese revés como una lección de vida, aseguró el Dalai Lama: “Hay un dicho tibetano, “la tragedia debe ser utilizada como una fuente de fortaleza.» No importa qué tipo de dificultades tengamos, cómo de dolorosa sea la experiencia, si perdemos nuestra esperanza, ese es nuestro verdadero desastre”.
¿Pierdo la esperanza?