Navidad en las montañas

    Quiero proponer la lectura de la novela de un escritor mexicano: ‘Navidad en las Montañas’, de Ignacio Manuel Altamirano, autor indígena que hasta los 14 años pudo asistir a la escuela para aprender a leer y escribir, pero llegó a ser Magistrado de la Suprema Corte de Justicia y Cónsul en España, entre otras responsabilidades... El relato habla de un capitán ateo que tuvo que pasar la Nochebuena en casa de un sacerdote español, quien se identificó con los indígenas del pueblo y los conquistó con su esmero, atención, ternura y cuidados.

    El jueves, la editora Blanca Rosa Hernández publicó en la sección de Expresión unas lecturas para fortalecer el espíritu navideño. Propuso Cuento de Navidad, de Charles Dickens; El pino, de Hans Christian Andersen; El regalo de los Reyes Magos, de O. Henry; La tienda de los fantasmas, de G. K. Chesterton.

    Yo quiero proponer la lectura de la novela de un escritor mexicano: Navidad en las Montañas, de Ignacio Manuel Altamirano, autor indígena que hasta los 14 años pudo asistir a la escuela para aprender a leer y escribir, pero llegó a ser Magistrado de la Suprema Corte de Justicia y Cónsul en España, entre otras responsabilidades.

    El relato habla de un capitán ateo que tuvo que pasar la Noche Buena en casa de un sacerdote español, quien se identificó con los indígenas del pueblo y los conquistó con su esmero, atención, ternura y cuidados.

    El sacerdote comentó al capitán que su deseo había sido ser misionero, pero su precaria salud se lo impidió y, por eso, se decidió a ser un cura de pueblo, donde además servía como maestro, médico y consejero municipal.

    Al descubrir la entrega del sacerdote, el descreído capitán no pudo contenerse y exclamó: “Venga esa mano, señor, Vd. no es un fraile, sino un apóstol de Jesús... Me ha ensanchado Vd. el corazón; me ha hecho Vd. llorar... Yo he detestado desde mi juventud a los frailes y a los clérigos; les he hecho la guerra; la estoy haciendo todavía en favor de la Reforma, porque he creído que eran una peste; pero si todos ellos fuesen como Vd., señor, ¿quién sería el insensato que se atreviese, no digo a esgrimir su espada contra ellos, pero ni aun a dejar de adorarlos?”. ¿Destruyo con mi testimonio las montañas del escepticismo?