La música despierta emociones, arrebatos de nostalgia, paz interior, un torbellino de sensaciones y un arco iris de esperanza. La serenidad, quietud y creatividad que producen los armónicos sonidos y acordes estimulan un pensamiento profundo y reposado.
Sí, la música clásica crea un espacio interior que horada el alma hasta alcanzar el tuétano de la mística y espiritualidad, como demostró la poesía de San Juan de la Cruz: “La noche sosegada en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora”.
Los movimientos de una sinfonía, aun siendo movimientos, no producen un físico desplazamiento, sino una clausura interna, un ensimismamiento y ensoñación. La sublime experiencia que origina no es de vaciamiento, sino de plenitud. Aun siendo en momentos exultante, solemne, triunfal y vigorosa, no transmite animosidad o violencia, sino íntimas escenas bucólicas y ensoñadoras resonancias que catapultan al empíreo.
Esta noche, a las 20:00 horas, en el Teatro Pablo de Villavicencio, tenemos una cita para asistir al tercer concierto de esta Primera Temporada que brinda la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes. La entrada es libre y el programa incluye la segunda sinfonía de tres grandes compositores: Joseph Haydn, Ludwig van Beethoven y Alexander Borodin.
De Haydn tendremos oportunidad de comentar en otra ocasión, lo mismo que de Beethoven (del cual se interpretarán las nueve sinfonías). Hoy, conviene resaltar a Borodin, porque la intención del director de la OSSLA, Miguel Salmon del Real, es muy clara: ejecutar la obra de un compositor ruso, porque la música trasciende fronteras, une pueblos y no tiene nacionalidad. De hecho, el primer concierto lo inició con el Himno de Ucrania y ahora incluye a Borodin, como una invocación y plegaria de paz y fraternidad.
¿Me pacifica la música?