De todas las hipótesis que circulan sobre el asesinato de Cuén, la que estrictamente interesa a los universitarios, como un tema de trascendencia institucional, es la de los vínculos directos de Héctor Melesio con el crimen organizado.
Porque de ser cierta la versión revelada en la carta de Zambada, en relación a su profunda amistad con Cuén; los trabajadores, profesores y estudiantes de la casa rosalina estaríamos corroborando el nivel de descomposición institucional en el que ha caído la UAS.
Da tristeza pensar que la UAS estuvo en manos del narco durante casi 20 años, ordeñando su presupuesto, apoderándose de las proveedurías, colocando gente a diestra y siniestra, filtrando candidatos a puestos de elección popular mediante el PAS. La gente más ignorante, inculta y vulgar mandando en un centro educativo.
Cómo iba una sociedad como la sinaloense a combatir la corrupción y la cultura de la violencia si nuestra máxima casa de estudios era un instrumento indirecto de la estructura criminal.
Hoy más que nunca el proceso de reforma universitaria debe avanzar para superar los vicios que enlodan el espíritu humanista de la UAS. Que nadie se atreve a ser cómplice y parar la lucha emprendida para academizar de nuevo la vida universitaria.
Para restituir la vida académica en la UAS, no basta la aprobación de una nueva ley orgánica. Paralelamente se deben crear las condiciones para la gobernabilidad institucional.
Sería un error actuar con revanchismo, queriendo erradicar a todo el que en su momento participó o tuvo simpatías con el cuenato.
En la UAS debe prevalecer la noción de justicia restaurativa, que más que el castigo busque la reconciliación, sin que esto signifique caer en la omisión de la impunidad, y donde el reconocimiento de la democracia y la rendición de cuentas sean la condición para iniciar un proceso de entendimiento y perdón.
Claro que habrá quien se tenga que hacer responsable de sus actos frente a la autoridad judicial correspondiente, pero al interior de la Universidad debe prevalecer un ánimo conciliatorio.
Para esto, será fundamental asegurar los derechos laborales de todos los trabajadores universitarios, comenzando con los que fueron despedidos de manera injustificada y los que no han podido acceder a una promoción o a un tiempo completo.
No es necesario despedir a nadie. No debe haber temor a una purga. Eso sólo avivará las disputas internas, haciendo imposible una vida académica dedicada a la ciencia y la cultura.
Superada esta incertidumbre material, el gran pacto de los universitarios tiene que ser con la legalidad. El estar dispuestos todos a atenernos a un marco normativo básico de derechos y obligaciones comunes.
Solo de esa manera la UAS podrá estar en condiciones de iniciar una nueva etapa.