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Los antidepresivos tienen su origen en la década de los sesenta en respuesta a la “hipótesis de la serotonina” (Woolley y Shaw 1954), la creencia de que la falta del neurotransmisor serotonina era la causa principal de la depresión.
Los antidepresivos tricíclicos fueron de los primeros en ser utilizados. Estos actúan bloqueando unos canales llamados “transportadores de serotonina y noradrenalina”, a través de los cuales una neurona reabsorbe estos neurotransmisores después de que han sido liberados en el espacio sináptico (espacio entre dos neuronas). Esto permite que los neurotransmisores sigan libres, estimulando más a su receptor.
Desafortunadamente, los tricíclicos también interfieren con muchos otros mecanismos, lo cual puede ocasionar a una sobredosis letal.
Posteriormente se sintetizaron los “inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina” (ISRS), en la década de los ochenta. Estos bloquean específicamente los transportadores de serotonina, por lo que son mucho más seguros. Este grupo de drogas se ha convertido en una droga de uso cotidiano desde la década de los noventa, recetada ampliamente para las reacciones emocionales normales a eventos como el duelo o el agotamiento laboral.
En los países occidentales, el 10-15 por ciento de los adultos toman antidepresivos y los están tomando por más tiempo que antes (al menos, una década). A medida que las personas envejecen, esto se vuelve cada vez más peligroso. El consumo prolongado de antidepresivos aumenta el riesgo de caídas, sangrado gastrointestinal, accidentes cerebrovasculares y sangrado después de una cirugía. Cuando se toman durante el embarazo, algunos antidepresivos se han relacionado con una duplicación o triplicación del riesgo de ciertos defectos de nacimiento.
Al mismo tiempo, los beneficios han resultado ser menores de lo que se creía. Durante muchos años, las compañías farmacéuticas, la principal fuente de investigación sobre los ISRS, tendían a no publicar en revistas científicas los resultados de los ensayos clínicos que arrojaban dudas sobre la eficacia de sus medicamentos.
Esa práctica sesgó las revisiones científicas a favor de las drogas. Sin embargo, el regulador de medicamentos de Estados Unidos, la FDA, recientemente exigió a las empresas que presenten los datos recopilados durante sus ensayos, poniéndolos a disposición de otros para que los examinen.
El análisis más reciente, publicado en BMJ (https://www.bmj.com/content/378/bmj-2021-067606), combinó los resultados de todos los ensayos de antidepresivos presentados ante la FDA entre 1979 y 2016 y encontró que estos medicamentos solamente tenían un efecto sustancial sobre la depresión (en comparación con el placebo) en tan solo el 15 por ciento de los pacientes, principalmente en casos graves.
Asimismo, la hipótesis de la serotonina se ha derrumbado. Los investigadores han buscado desde muchas direcciones una relación entre la serotonina y la depresión y han encontrado poca o nula evidencia para vincular los dos. Por lo tanto, aunque los antidepresivos sin duda ayudan a algunas personas con depresión, se desconoce exactamente cómo lo hacen, y exactamente cuántas personas realmente se benefician.
Aunque los síntomas de muchos pacientes mejoran cuando comienzan a tomar antidepresivos, para aquellos con depresión menos severa, esto es principalmente una consecuencia del efecto placebo de tomar una pastilla.
Un estudio publicado en JAMA en el 2010 (doi: 10.1001/jama.2009.1943), determinó que, para las personas con depresión menos grave, las probabilidades de mejorar al tomar estos medicamentos eran solo un 6 por ciento más altas que al tomar un placebo.
La depresión menos severa es a menudo “situacional”, vinculada a eventos estresantes como el divorcio, el duelo o la pérdida del trabajo, por lo que la orientación de autoayuda que enseña a los pacientes cómo sobrellevar la situación, o una terapia psicológica más formal, ahora se consideran mejores opciones iniciales.
El problema es que muchas personas que no necesitan antidepresivos ya los están tomando y se les debe de ayudar a dejar dichas drogas. Los efectos secundarios a menudo limitan la vida y, a medida que las personas envejecen, se vuelven potencialmente mortales. Esto es un serio problemas para los sistemas de salud, a medida que los pacientes envejecen.
Los médicos rara vez hablan con los pacientes sobre la suspensión de los medicamentos porque temen que esto pueda conducir a una reaparición de los síntomas depresivos, no obstante, un ensayo reciente en Gran Bretaña demostró que el 44 por ciento de los pacientes podían dejar de tomar las píldoras de manera segura (https://doi.org/10.3310/hta25690). Para los casos más leves, la tasa de éxito es aún mayor.
Los tratamientos deben de enfocarse en las causas, no en los síntomas. En ese tenor, la modernidad no ha sido un éxito rotundo. En la búsqueda de la abundancia, hemos hecho todo tipo de concesiones, las cuales tienen consecuencias no deseadas para la salud mental y física.