López Obrador no da una en política exterior

    Hacer de lo exterior decisiones y efecto de necesidades mezquinas interiores del actual Gobierno, convierte a México en un país al que no se le tiene respeto en el mundo por el comportamiento del Jefe de Estado, y eso es sumamente delicado y de consecuencias que ahora no se pueden pronosticar, pero que pueden ser graves. López Obrador, como ningún Presidente contemporáneo, padece de un provincianismo extremo, y como es absoluto, con él quiere diseñar la política internacional. Estamos en gran riesgo.

    @jgarciachavez

    SinEmbargo.MX

    Una promesa sí ha cumplido Andrés Manuel López Obrador, apoltronado en la silla presidencial: orientar y decidir la política exterior del Estado mexicano a partir de determinantes interiores, exclusivamente.

    Tosco y herrumbroso el planteamiento, su puesta en escena hoy permite avizorar un desastre. El solo postulado denota el atraso de su visión del mundo actual, cargado de problemas inéditos para los que se necesita, aparte de una atención de excelencia, decisión pausada, pero a la vez sostenida, para la incorporación de México en un mundo global e interconectado como nunca, sobre todo a partir de la última década del siglo pasado, cuando concluyó la existencia de un planeta bipolar al sepultarse el referente soviético que quedó hecho trizas. Tema esencial que si no se comprende, difícilmente se puede navegar en política exterior el día de hoy.

    No basta confesarse antineoliberal para moverse en el mundo actual. También es toda una catástrofe para el proyecto democrático avanzado pretender valerse de elecciones libres, ganar el poder, para luego jugar las tornas y luego construir una hegemonía de corte unipersonal, carismática y populista.

    Cuando es esto lo que domina en la política del Estado, nuestras relaciones exteriores con el mundo se convierten en el pragmatismo que tenemos a la vista: el retroceso del papel que ha jugado el País en el mundo y en los organismos internacionales, pérdida de respetabilidad, y conversión de la Cancillería y el Senado en un expendio de embajadas para hacerse de la obsequiosidad del PRI, en demérito del profesionalismo del servicio exterior y consular que debiera ser puesto al servicio de los grandes intereses nacionales, las relaciones bilaterales y multilaterales, tanto con los estados como con los organismos internacionales y entes financieros del planeta.

    México había conquistado, aún con el autoritarismo, un prestigio bien ganado a partir de hechos tangibles que no es ni necesario recapitular porque están en el imaginario, como la república española, la Cuba revolucionaria de los primeros años y el asilo político a perseguidos de muerte por fascistas y dictadores.

    Pero hacer de lo exterior decisiones y efecto de necesidades mezquinas interiores del actual Gobierno, convierte a México en un país al que no se le tiene respeto en el mundo por el comportamiento del Jefe de Estado, y eso es sumamente delicado y de consecuencias que ahora no se pueden pronosticar, pero que pueden ser graves.

    López Obrador, como ningún Presidente contemporáneo, padece de un provincianismo extremo, y como es absoluto, con él quiere diseñar la política internacional. Estamos en gran riesgo.

    Hemos retrocedido vergonzosamente en la agenda migratoria. Durante la era Trump las Fuerzas Armadas nacionales se convirtieron en guardafronteras de los intereses de Washington, en un entreguismo inédito y sin límites. Además, se mantienen incólumes las relaciones con sátrapas del tipo del traidor al sandinismo, Daniel Ortega. Nuestra visión de Latinoamérica es chata y obtusa, a pesar de que es el escenario de relaciones que se deben cuidar y privilegiar.

    Y como no hay líder carismático que no aspire a un halo de presencia mundial de gran nivel, ahora López Obrador ha lanzado un proyecto de paz, centralmente, para el conflicto de Rusia contra Ucrania. En días pasados el Canciller Marcelo Ebrard lo presentó ante la Asamblea General de la ONU, donde se han dado cita, gracias a la reapertura de estas reuniones después de la pandemia, figuras de primer nivel; mas no así personalmente el Presidente, debido al desinterés que tiene por todo lo que no sea en vinculación con el suelo patrio.

    Me recordó este plan la anécdota, por cierto ya muy trillada, de una supuesta pregunta de José Stalin cuando se enteró, al final de la Segunda Guerra Mundial, de los planteamientos del Papa de Roma. El dictador soviético, sonriente dijo, interrogante: ¿Cuántas divisiones dice el Papa que tiene?

    Plantear una propuesta de tregua internacional para todas las guerras planetarias actuales, puede parecer loable como una buena intención. Pero la política de un estado no se hace a partir de postulados moralizantes, que ni siquiera serían tomadas en cuenta. Ya la postura de López Obrador fue descalificada por Ucrania, vista con desinterés en las altas esferas de la ONU, y hasta el mismo Papa Francisco no le encontró miga.

    López Obrador dejó pasar el tiempo y ahora quiere dejar el recuerdo de que algo dijo en torno al delicado conflicto ruso-ucraniano. Pero ya está muy lejos de poder enderezar las cosas, y para vertebrar, ya no digamos un liderazgo internacional que nunca ha tenido en sus manos -ni tendrá-, sino una influencia respetable en el mundo, debiera haberse anticipado, dejando de lado su protagonismo unipersonal.

    Ahora que si de paz se trata, debiera empezar por la casa. Porque ya vemos que aquí lo que le interesa es la militarización.