Es muy común confundir los síntomas con la enfermedad. Todos hemos escuchado, o dicho, que fulano o mangano tiene calentura, como sí la temperatura fuera una enfermedad en sí misma y no la reacción del cuerpo ante la presencia de una enfermedad. Que el común de los mortales tengamos este tipo de confusiones es poco deseable, pero bastante normal.
Estas burradas son síntomas de nuestra ignorancia en un campo específico y nos sucede a todos en todos los ámbitos. Que usted o yo confundamos el síntoma con la enfermedad no es deseable, aunque suceda; que el Subsecretario y encargado de facto del Sistema de Salud de este país los confunda, es gravísimo. Los consultorios de las farmacias, a los que acuden 6 de cada 10 mexicanos, no son, como dijo él, un problema de salud pública sino el síntoma de un sistema que no funciona. La enfermedad del aparato nacional de salud es la inoperancia y López-Gatell uno de los agentes patógenos.
En el mundo ideal los consultorios de las farmacias no deberían existir. Todo mexicano por el hecho de ser mexicano debería tener derecho a servicios gratuitos de salud en primero, segundo y tercer nivel. Si la mayoría de los mexicanos acude a los consultorios de las farmacias y paga de 60 a 100 pesos por una consulta más las medicinas, que muy probablemente compra ahí mismo, es porque el sistema no funciona. Nadie paga los servicios de salud por gusto, lo hacemos porque no los hay, o peor, porque los que hay no son suficientemente buenos, expeditos y confiables.
El dinero de los programas sociales se está yendo a gastos privados de salud. Sí, es una tragedia: tanto esfuerzo, tanto castigo a otras áreas del gasto, para hacer una gran bolsa para combatir la pobreza y ese dinero lejos de mejorar la calidad de vida se va a gastos básicos de salud. El cántaro no se llena porque los mismos que le echan agua patearon la base y le abrieron un hueco. El mismo gobierno que diseñó y opera decenas de programas sociales desmanteló el Seguro Popular, el sistema de abasto de medicinas y no es capaz de gastar bien siquiera el presupuesto asignado para salud.
Los grandes igualadores sociales son el salario y los servicios públicos, principalmente salud y educación. Cómo debe prestar estos servicios el Estado es una gran discusión y me atrevería a decir que hay tantas modalidades como países, no hay dos que lo hagan igual. Lo que no está a discusión es que el Estado debe hacerse responsable de la salud y la educación de todos. Para eso son los impuestos.
En un mundo ideal los consultorios de farmacia no deberían de existir, y debería haber suficientes clínicas de primer contacto con médicos capacitados, un verdadero sistema de salud universal y gratuito. En ese mundo ideal debería existir también, ya puestos a pedir, un Secretario de Salud que fungiera como Secretario; un Consejo Nacional de Salud que operara; un sistema de abasto que surtiera de medicinas a todos el país y un Subsecretario que hablara menos y resolviera más. Pero no, no los tenemos. La explosión de los consultorios es solo el síntoma de esa enfermedad autodestructiva de la autodenominada Cuarta Transformación llamada soberbia.