Después de las atrocidades de que ha sido víctima en los días recientes nuestra incipiente y costosa democracia, en verdad dan ganas de hundirse en la melancolía y mejor recordar otros tiempos.
Y es que de por sí cada año me convenzo más de que soy un nostálgico irremediable de las llamadas fiestas navideñas. Añoro las costumbres, las tradiciones, los olores, sabores y colores de los prolegómenos de la Noche Buena, muchas de las cuales se han diluido con arena en el agua a través de los años. Tal vez por eso me aferro a lo poco que queda de estas prácticas tan entrañables, que me solazo en recordar.
Tampoco está más el legendario y espectacular Árbol de Liverpool, que desde la apertura de la tienda se instaló durante más de 40 años en la plazoleta de la esquina de Félix Cuevas e Insurgentes que la construcción de la Línea 12 del Metro desplazó, ni el Santa Clós de Sears de Insurgentes y San Luis Potosí, en la Colonia Roma, con sus carcajadas ininterrumpidas ante la mirada atónita de los niños.
Ni las famosas Pavadas del genial caricaturista regiomontano Abel Quezada, que año con año publicaba, durante las nueve posadas, sus nueve cartones consecutivos en el diario Excélsior de los 60 y mediados de los 70, en los que el genial dibujante hacía mofa, escarnio o crítica de la realidad social y política de nuestro País y sus personajes, o nos sorprendía con la candidez de una auténtica pavada.
Eran aquellos los tiempos dorados del PRI, que por cierto cada día se parecen más a los actuales... con la diferencia que ahora se llama Morena. Quezada, que también fue publicista, escritor y pintor, retrataba como nadie las peculiaridades de una clase política cínica y prepotente y de los empresarios y potentados que hacían gala de sus riquezas frente a un pueblo empobrecido. En ese entonces, durante los gobiernos de los presidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, por supuesto que no había elecciones libres en México. Cada Presidente de la República designaba a su sucesor y a todos los gobernadores de los estados. Las campañas y la votación eran pura farsa, porque el proceso estaba en manos del propio gobierno a través de la Secretaría de Gobernación, y no de un organismo autónomo e independiente.
El Partido Comunista Mexicano estaba proscrito y el PAN representaba la única Oposición formal, aunque era meramente testimonial, porque no se le reconocía un solo triunfo si acaso en algún distrito del País. Todos los gobernadores del País y todos los senadores eran del PRI.
Justo en 1963, año en que Abel Quezada empezó a publicar sus pavadas, se instauraron en México los llamados diputados plurinominales, aunque limitados a un máximo de 20 por partido político. Fue hasta 1977 cuando se establecieron los diputados de representación proporcional, que originalmente eran 100 en total, y que con la reforma de 1977 se ampliaron a los 200 actuales.
Tal era el México en el que los cartones del Excélsior, entonces dirigido por Manuel Becerra Acosta, el padre, hacían furor y eran comentados en mentideros y cafés del Centro Histórico. Mi padre trabajaba en esa cooperativa editorial como jefe de información del semanario Jueves de Excélsior y como socio recibía el periódico todos los días en la casa. Apenas el repartidor lo hacía volar sobre la reja para depositarlo siempre en el mismo lugar de la cochera con extraordinaria puntería, yo corría a recogerlo. Lo primero que hacía era tomar la primera sección y abrirla en la página 7, donde aparecía el cartón de Quezada. Recuerdo el olor inolvidable del papel y la tinta.
En tiempo de posadas, como ahora, era de cajón que el célebre caricaturista entregara sus pavadas a los lectores. Eran por lo general dibujos muy simples, con un mensaje directo cuyo principal ingrediente era el humor. A menudo eran breves, simples diálogos entre dos pavos, en vísperas de la Navidad. A veces tenían alguna intención política, filosa. Invariablemente resultaban ingeniosos y agudos.
Abel Quezada salió de Excélsior del brazo de Julio Scherer García el 8 de julio de 1976, el día en que se ejecutó el golpe perpetrado desde el gobierno de Echeverría Álvarez contra el director general de Excélsior. Con ellos salimos cerca de dos centenares de periodistas que a la postre fundaríamos dos nuevas publicaciones. El grupo encabezado por Scherer García, el semanario Proceso. Y otro grupo formado en torno de Manuel Becerra Acosta hijo, que fue subdirector de Excélsior, el diario Unomásuno.
El caricaturista nacido en Monterrey el 13 de diciembre de 1930 jaló con el grupo de Scherer García. Incluso apareció como cartonista en el directorio de la revista. Durante los primeros números de la misma, que apareció el 6 de noviembre de ese mismo año, se reprodujeron algunos cartones suyos, ya publicados. Nunca sin embargo entregó Abel Quezada un nuevo dibujo a la redacción de Proceso.
Hoy se extrañan sus ocurrencias geniales, cómo no. Sobre todo en estos días que debieran olear a tejocote, jícama y cacahuate. A olla de barro y a papel de china.
Sobre todo este año, que por lo visto hemos vuelto irremediablemente a las pavadas. Válgame.
PINOCHO. Dijo Andrés Manuel que él no estaba de acuerdo en que se incorporaba la vergonzosa enmienda llamada de “Vida Eterna” en su reforma a leyes electorales secundarias para beneficiar a sus mini aliados el PT y el Verde Ecologista. Y se incorporó, obvio, con su anuencia. Luego dijo que podría vetar la reforma si aparecía en ella ese remiendo... ¿Será que está celoso por el éxito formidable de la película de Guillermo del Toro?