Decidí entonces entregar mis ejemplares, todos, a alguna institución, mediante una donación. Repasé varias posibilidades y no tardé en seleccionar la que me pareció más adecuada: la Hemeroteca Nacional de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

    Para Lua, mi nieta, que llega a sus dieciocho.

    En ocho cajas de cartón se llevaron 24 años de mi vida. Bueno, para ser exactos, casi cinco lustros de testimonios impresos de la parte más intensa de mi actividad periodística. Ahí se fueron vivencias, historias, anécdotas, referencias. Los recuerdos de lo que fue una causa: la causa de un grupo de periodistas dispuestos a ejercer su libertad.

    Les platico: obligado al encierro por la pandemia, como tantos otros, aproveché el tiempo para escombrar los libreros, closets y recovecos de mi departamento. Deseché, supongo, cientos de kilos de papeles inservibles. Y me encontré cosas importantes, que tenía prácticamente en el olvido. Una de ellas fueron las ocho cajas de cartón que contenían mi colección personal de revistas Proceso, correspondientes a los 24 primeros años del semanario. Desde su fundación en noviembre 1976 hasta mayo de 2000, cuando dejé la publicación. Aunque seguramente había algunos faltantes, eran alrededor de mil 200 ediciones semanales.

    Almacenados como estaban, mis ejemplares no tenían ninguna utilidad práctica. Ni siquiera de consulta. Eran paquetes que contenían jirones de mi actividad periodística, referencias obligadas de mis amigos y compañeros, repaso minucioso y crítico de cuatro sexenios presidenciales, los de José López Portillo (1976-1982), Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988), Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y Ernesto Zedillo Ponce de Peón (1994-2000).

    Proceso apareció, por terco afán de su fundador, un mes antes del final del Gobierno de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), autor intelectual del golpe contra el director de Excélsior, Julio Scherer García, que precipitó la salida de más de 200 cooperativistas y colaboradores del diario. Entre ellos, quienes decidimos asumir un nuevo proyecto periodístico encabezado por el propio Scherer García, nuestro director general. Ahí estaban también Miguel Ángel Granados Chapa, que fungía como director-gerente, Miguel López Azuara, como jefe de redacción, y Vicente Leñero Otero, el subdirector, con quien yo había trabajado en Revista de Revistas, otra publicación de la casa Excélsior.

    En un principio, los reportajes de Proceso se elaboraban de manera colectiva. Varios reporteros aportaban información y habíamos dos redactores, Enrique Maza y yo, para escribir los textos. Me tocó redactar el reportaje principal del primer número del semanario. Se intituló en portada “Los palabras y los hechos” y fue un resumen periodístico del Gobierno echeverrista en sus aspectos político, económico y social. Poco a poco esa mecánica de trabajo se fue modificando y empezaron a aparecer trabajos individuales, firmados por su autor. Mi primer texto publicado bajo mi firma, por cierto, fue una entrevista al académico y diplomático Víctor Flores Olea, en su entonces nueva actividad de fotógrafo, que se incluyó en la sección de Cultura.

    Un tanto abrumado por los recuerdos, tomé finalmente la decisión de deshacerme de ese patrimonio, mi colección de Proceso, tan entrañable como inútil. Durante varias semanas pensé en qué destino darle. Exploré la posibilidad de regalarla. También de venderla. Me asombraron los precios a los que se cotizan en Internet. Por ejemplo, un lote de 28 ejemplares se ofrece en tres mil 500 pesos. Uno de 52 (un año competo), en seis mil pesos. Un solo ejemplar del número 1, que apareció el 6 de noviembre de 1976, a dos mil 700 pesos. Es decir, había forma de obtener una suma interesante; pero deseché la idea de plano. Deshacerme de mi colección por esa vía sería casi seguramente entregarla a la especulación comercial y propiciar su dispersión.

    Decidí entonces entregar mis ejemplares, todos, a alguna institución, mediante una donación. Repasé varias posibilidades y no tardé en seleccionar la que me pareció más adecuada: la Hemeroteca Nacional de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Pensé que lo mejor era una aportación, por modesta que fuera, al acervo de una institución seria y prestigiada, para su utilización por la presente y futuras generaciones. Me comuniqué entonces con la jefa de Adquisiciones, la doctora Rosario Suaste Lugo, a la que hice el ofrecimiento. La funcionaria universitaria, diligente y amable siempre, lo sometió a consulta y unos días más tarde me avisó que mi donación era aceptada y bienvenida. Ultimamos detalles y fechas, condicionadas sobre todo por la pandemia y acordamos la entrega.

    Ocurrió, finalmente, hace unos días. Un joven de nombre Mario Alberto Guzmán Aldape se presentó en mi domicilio y trepó las ocho cajas a una camioneta blanca. Ahí se fueron los trabajos de muchos de mis compañeros, los reporteros de Proceso. Entre ellos recuerdo por supuesto al grupo de los que venían de la redacción de Excélsior y que formaban una nueva camada del hoy centenario diario fundado en 1917: Elías Chávez García, José Reveles Morado, Rodolfo Guzmán, Federico Gómez Pombo, Roberto Vizcaíno, Miguel López Saucedo, Miguel Cabildo, Manuel Robles Estrada, Armando y Francisco Ponce Padilla, Felipe Cobián Rosales, el leal corresponsal en Guadalajara.

    Posteriormente, nuevos elementos se incorporaron a las tareas del semanario, como Gerardo Galarza Torres, Carlos Ramírez, Óscar Hinojosa Marcial, Guillermo Correa Bárcenas, Federico Campbell, Sonia Morales, Pablo Hiriart, Anne Marie Mergier, Ignacio Ramírez Belmont, Lucía Luna, Rodrigo Vera, Fernando Ortega Pizarro, Salvador Corro, Carlos Acosta, María Esther Ibarra, Emilio Hernández, María Cortina, Homero Campa, Raúl Monje. Y entre los más jóvenes, Carlos Puig, Francisco José Ortiz Pardo, Pascal Beltrán del Río...

    Den igual forma se fueron en las cajas de cartón las fotografías de los reporteros gráficos del semanario, entre ellos Rogelio Cuellar, Juan Miranda, Francisco Daniel, Pedro Valtierra y Ulises Castellanos. Y los cartones de Abel Quezada (que nunca entregó un trabajo original al semanario, por cierto), Magú, Naranjo, Rius, Fontanarrosa (Boogie el aceitoso) y Efrén Maldonado. Entre los articulistas por supuesto Carlos Monsiváis, Octavio Paz, Miguel Ángel Granados Chapa, José Emilio Pacheco, Heberto Castillo, Jorge Ibargüengoitia, Froylán López Narváez, Ángeles Mastreta, y, más tarde, Ariel Dorfman y Gabriel García Márquez...

    En la colección se fueron sin remedio, también, centenares de crónicas y reportajes míos, calculo que más de mil, que abarcaron una variedad de temáticas, lo mismo la descripción de sucedidos en pequeños pueblos de nuestro México, que procesos electorales conflictivos como el de Chihuahua en 1986, cuando se cometió un fraude histórico que documenté a detalle. Recuerdo así de pura memoria haber escrito sobre los negocios del priista Carlos Hank González o las residencias de la familia López Portillo, mi entrevista a Marcelino Perelló en Barcelona, a 10 años de Tlatelolco 68; las campañas electorales de Manuel Clouthier y Vicente Fox, los despojos a los indígenas de Chiapas o las corruptelas de los gobernadores, caciques todopoderosos de sus estados, o del rancho “Las Mendocinas”, de Raúl Salinas de Gortari, el hermano incómodo. Además, mis trabajos en Perú (cuando la victoria de Alberto Fujimori) o Nicaragua (cuando la derrota del Frente Sandinista de Liberación Nacional y el hoy dictador Daniel Ortega). En fin.

    Debo reconocer que me entró un ligero ataque de nostalgia cuando la camioneta de la UNAM se perdió entre el tráfico intenso de Insurgentes Sur, rumbo a CU. Sin embargo, más allá de esos sentimientos, siento la satisfacción de haber hecho lo mejor que pude hacer con mi colección de Proceso. Válgame.