@jgarciachavez
SinEmbargo.MX
Entiendo lo complicado que es hacer un pronóstico sobre el futuro político del País al papel, cada vez mayor, que juegan las Fuerzas Armadas de la Nación, bajo el mando y responsabilidad directos del Presidente de la República, por así disponerlo nuestra Constitución.
Aparte de lo difícil, sería aventurada la empresa. Empero, no está de más que se vayan puntualizando aspectos, como en realidad se viene haciendo. Pongo un ejemplo: el crítico de la Cuarta Transformación, Macario Schettino, duda de que los generales se quieran apoderar del poder, lo que aligera la observación del problema, a la vez que emplea un fuerte rigor en sus cuestionamientos al México lopezobradorista que ve colocado a México en el precipicio por el fracaso económico que él mismo examina. Es un simple ejemplo.
De siempre, y ubicado en la izquierda, he cuestionado que a las Fuerzas Armadas se les emplee fuera del marco constitucional establecido desde 1857 y refrendado en la Constitución de 1917. Se marca muy claramente su papel en tiempos de paz y la visión de defensa de la soberanía ante cualquier amenaza exterior, que no puede ser de otra manera en un país como México, que sufrió duros embates por potencias extranjeras que desearon poner al País de rodillas.
Toda esa filosofía ha sido pertinente y acatada en lo sustancial, salvo en aquellos momentos en que la Fuerzas Armadas o cobraron un papel protagónico en el poder político de los años 20 a fines de la Segunda Guerra Mundial, o simple y burdamente se les empleó para reprimir insurgencias de diverso tipo, de las cuales recuerdo ahora el artero ataque al movimiento ferrocarrilero de Demetrio Vallejo y Valentín Campa o el movimiento estudiantil del 68, o la Guerra Sucia contra los insurgentes que se levantaron con las armas en contra del monolitismo priista.
En todos esos casos es incuestionable que el Ejército se puso de espaldas al papel que le asigna la Constitución y a la misma ley orgánica que rige a las fuerzas castrenses.
La circunstancia mexicana entró en grave crisis cuando el crimen organizado empezó a cobrar un papel preponderante, incontenible e irrefrenable. La Federación, los estados y los municipios no construyeron sus policías de manera consistente y profesional, y prácticamente se vieron inermes e ineficaces frente al nuevo fenómeno de la delincuencia que azuela a todo el País, con pérdida incluso del monopolio de la fuerza, que en principio se supone legítima para el Estado e ilegítima para todos los demás.
Con ese sombrío telón de fondo, se razonó de manera pragmática haciendo un recuento de lo que hay para ponerlo al frente, y como lo que había era el Ejército, la Marina y en menor medida la Fuerza Aérea, pues echó mano de todo esto a un altísimo costo para la República. Felipe Calderón sacó el Ejército a la calle, Peña Nieto lo sostuvo y Andrés Manuel está coronando la obra con un barniz de muy dudosa representatividad y legalidad constitucional.
Todo esto es el amargo pan nuestro de cada día. Soy de los que no le profesa la confianza a las Fuerzas Armadas como se propala en la narrativa y las encuestas oficiales. Lo que hemos visto es acrecentamiento del protagonismo del Ejército, y cuando debiéramos estar pensando en cómo transferir la dirección misma de lo militar a manos de los civiles, lo que se ve es que con malabarismos, hipocresía y falsedad, se están entregando espacios de poder cada vez mayores a las Fuerzas Armadas, colocándolas en aquellos espacios en los que la corrupción es augurable, no nada más por lo que dice la Biblia, que en el arca abierta el justo peca, sino porque hay pruebas irrebatibles de que en las instituciones de la milicia hay esa propensión, y ni vale la pena poner los ejemplos muy conocidos.
Pero lo dicho es un aspecto al que obviamente le faltan muchísimas cosas. Lo más grave es el lenguaje del poder. López Obrador se ha pronunciado retórica y violentamente en contra de los que nos alineamos por la defensa y progresividad de los derechos humanos. Su discurso ya es el de un dictador o está a un grado de serlo. Y nos aplicaron el uno-dos: de una parte lo que nos dice el Presidente, y de otra lo que aberrantemente sostuvo hace unos día Crescencio Sandoval, el Secretario de la Defensa Nacional, con un lenguaje amenazante al estilo diazordacista y propio de cualquier General anticomunista de la Guerra Fría, nos espetó:
“Debemos discernir de aquellos que con comentarios tendenciosos, generados por sus intereses y ambiciones personales, antes que los intereses nacionales, pretenden apartar a las Fuerzas Armadas de la confianza y respeto que deposita la ciudadanía en las mujeres y hombres que tienen la delicada tarea de servir a su país”.
Quitándole los adornos a esta fraseología, lo que queda es la esencia de la amenaza a los que criticamos el curso que ha tomado el País y que lo hacemos porque tenemos pleno derecho a hacerlo, y no porque sea una concesión del Estado, sino porque es libertad que ha tenido costos muy altos.
López Obrador ha proclamado con un número específico a su “transformación”, que es irreal, pues antes de su Cuatroté tuvimos la insurgencia de los jóvenes del 68 o del silencioso empoderamiento de las mujeres, y además se dice liberal en la tendencia de los hombres de la Reforma del Siglo 19.
Pero seguro estoy que se aparta en todos sus aspectos del espíritu liberal que siempre anheló a tener al Ejército separado, tanto del poder político, como de aquellas tareas de policía que no le competen. Incluso, si me apuran un poco, en la crónica del Constituyente del 57 hasta hubo pronunciamientos para que los militantes estuvieran fuera de la población. Dándole la espalda a esa herencia liberal, pasará a la historia que tanto le interesa, como el más militarista de los presidentes de la República del México contemporáneo.
Por último, el General Secretario Crescencio Sandoval debe saber que cargado de medallas e insignias, como se presentó ante la Nación para postular sus amenazas, esos adornos, de tan pesados, lo pueden hacer caer de bruces.