La Sustancia y la violencia estética: cuando la realidad supera la ficción
Recientemente fui al cine a ver La Sustancia, y la experiencia es difícil de resumir, me encantó y me aterró al mismo tiempo. La película tiene el efecto de elevar el cortisol de cualquier espectador, empujándolo hacia una reflexión incómoda: a veces, la realidad supera la ficción. Al usar tomas que amplifican el body horror -close-ups, zooms extremos y crudeza explícita-, La Sustancia confronta al espectador desde el morbo estético para denunciar la obsesión contemporánea por la juventud y la perfección. En palabras de algunos críticos, el lente cinematográfico actúa aquí como un “ojo patriarcal”, un enfoque masculino que presenta a las mujeres desde la perspectiva de un sistema que las consume. Aún en el marco del Día de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que se celebró el 25 de noviembre, la película es más relevante que nunca.
Quiero analizar ciertos aspectos de La Sustancia donde, lo que llamaré su sátira grotesca, expone un sistema que convierte los cuerpos femeninos en terreno de explotación y consumo. Fargeat, la directora, exhibe cómo la industria de la belleza crece alimentándose de las inseguridades femeninas, transformando esta necesidad de “ser más” en una obsesión social. La película descompone esta adicción que propaga el deseo insaciable de ser agradable estéticamente, una adicción que, como muestra la historia, se vuelve autodestructiva.
Un elemento que considero crucial en esta crítica es el simbolismo del paquete que recibe la protagonista, Elisabeth Sparkle. Como un envío rápido y sin instrucciones tipo Amazon, el paquete encarna nuestra relación de consumo instantáneo y sin reflexión. Esta idea de “compra ahora, cuestiona después” evoca cómo, bajo presiones sociales, aceptamos productos que refuerzan ideales de belleza inalcanzables sin siquiera cuestionar su origen o efectos, puede ser una crema, botox o hasta el famoso por su letalidad BBL. En La Sustancia, este acto de consumo ciego ilustra una idea de fondo: el sistema que vende estos productos y procedimientos estéticos explota una idea de mujeres “defectuosas” o “incompletas” que necesitan “mejorarse”. Con ello normaliza la violencia estética como una forma de violencia de género: una presión insidiosa y constante que atrapa a las mujeres en una espiral de autocrítica y dependencia externa.
Un tema central de la película es la relación entre el envejecimiento y la violencia estética. La protagonista, al cumplir 50 años, es marginada por la industria, que la considera un “objeto sin valor”. Esto desencadena una brutal confrontación interna, donde su versión joven golpea sin piedad a su versión adulta casi hasta la muerte. Esta lucha es una alegoría poderosa de cómo, en una sociedad obsesionada con la juventud, la autoimagen de las mujeres se convierte en un campo de batalla. La escena denuncia el rechazo de la vejez, visto como un mal que se debe corregir. La versión joven de Elisabeth representa esa obsesión idealizada por la perfección, y su incapacidad para deshacerse de ella es una metáfora de la lucha incesante de muchas mujeres por cumplir estándares estéticos imposibles.
Los personajes masculinos, en especial el productor interpretado por Dennis Quaid, refuerzan esta denuncia al representar el poder que manipula y capitaliza las inseguridades femeninas. Como figuras de autoridad en la industria de la belleza, estos hombres son quienes dictan cómo debe verse una mujer y qué debe hacer para lograrlo. La Sustancia expone la deshumanización que resulta de esta estructura: las mujeres son reducidas a “material” moldeable al servicio de un mercado que obtiene beneficios de su autodestrucción.
Otro personaje significativo es Sue, cuya constante sonrisa refleja una fachada de docilidad. Para mí, Sue simboliza la presión social que empuja a muchas mujeres a proyectar amabilidad y conformidad, una máscara para evitar cuestionar las expectativas impuestas. Esta “sonrisa social” es una forma de sumisión a las normas, una estrategia de supervivencia donde la complacencia es premiada mientras que cualquier expresión de descontento o autonomía se sanciona. A través de Sue, la película señala cómo la sociedad aplaude a las mujeres que aceptan pasivamente los sacrificios personales en nombre de una perfección inalcanzable.
Finalmente, La Sustancia aborda otro tema relevante: la invisibilización de las mujeres mayores. En una sociedad que idolatra la juventud, las mujeres que alcanzan cierta edad suelen ser ignoradas y empujadas a buscar aprobación mediante procedimientos estéticos extremos. Esta obsesión perpetúa la marginalización de las mujeres mayores y las fuerza a negar su propio proceso de envejecimiento en un intento desesperado de “pertenecer” a un estándar que no las incluye. Para combatir esta tendencia, es fundamental que los medios y la cultura celebren la diversidad de edad y ofrezcan representaciones que valoren la experiencia y autenticidad de las mujeres.
En conclusión, La Sustancia es un reflejo incómodo pero necesario de cómo la violencia estética y la opresión cultural afectan a las mujeres. A través de sus imágenes perturbadoras, la película invita a cuestionar las normas que imponen el sufrimiento y promueven ideales de belleza dañinos. Más allá de la crítica, el filme nos empuja a tomar acción para proteger a las mujeres de estos estándares tóxicos y construir una sociedad donde su valor no dependa de la apariencia o la juventud. La Sustancia nos recuerda que, para que haya un cambio real, es necesario no solo visibilizar la problemática, sino también actuar contra las dinámicas culturales que la sostienen.
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La autora es Aline Ross Gurrola, socia directora en LEXIA. Comunicóloga con más de 22 años de experiencia en el mundo de la investigación y la consultoría. Experta en opinión pública, evaluación de comunicación política, comunicación social, estrategia electoral y gubernamental, evaluación de programas sociales, Base de la Pirámide, Vivienda social, Diversidad, inclusión y género.
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