Ni cómo quejarnos. López Obrador dijo que la política exterior se iba regir por la interior y lo está cumpliendo con graves consecuencias para los intereses mexicanos en un mundo de globalidad, con la que podemos discrepar pero nunca ignorar.

    Ni cómo quejarnos. López Obrador dijo que la política exterior se iba regir por la interior y lo está cumpliendo con graves consecuencias para los intereses mexicanos en un mundo de globalidad, con la que podemos discrepar pero nunca ignorar.

    Países como México que concentran en un solo gobernante las tareas de gobierno y la representación del Estado en el mundo, es preocupante que la jefatura de Estado se arrogue la facultad de decidir el cauce de las relaciones internacionales con otros países con la frivolidad que lo ha hecho López Obrador al declarar la pausa española.

    El Presidente, en su estilo unipersonal de asumir la función, pone en evidencia la utilidad y pertinencia mismas de la Cancillería mexicana, seguro de la obsecuencia y falta de profesionalismo del Secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard. Aquí de nuevo cabe subrayar que lo interno prima a la política exterior, ya que Ebrard privilegia ante todo la posibilidad de su candidatura presidencial postergando los intereses nacionales en disputa con intereses españoles, desentendiéndose de las mediaciones que juegan los dos estados y las normas de Derecho Internacional Público que se involucran y que son tan evidentes que ni la pena vale reseñarlas.

    Pero además al actuar así, el Presidente se desentiende de tratados y convenciones internacionales en materia de diplomacia, consagradas en un largo proceso de construcción del Estado moderno. La Convención de Viena en esta materia, de la que México es parte, no es una invención caprichosa sino un instrumento largamente decantado para allanar el camino dejando atrás lo que no tiene sustancia de la miga principal de las relaciones que se implican entre Estados soberanos. En el caso panameño esto es más que evidente, en el español no se diga por la importancia del intercambio económico y cultural que representa España para México. Todo eso parece ignorarlo López Obrador, en el más sencillo de los casos; en el más grave estaríamos en presencia de una situación que implicaría revisar la salud mental del Presidente.

    No es, ni remotamente una nueva categoría diplomática la palabra pausa. Simplemente y en la línea de argumentación que sostengo no existe. Y no existe porque la realidad se impone. Podríamos tener desinterés y poner en reposo las relaciones con Andorra o Mónaco pero no con un país del calado de España en materia económica.

    Lo anterior no significa que en las relaciones con España estemos carentes de conflictos de interés público en los que México puede reclamar legítimamente daños, para lo cual hay un complejo entramado de compromisos que establecen convencionalmente tribunales y arbitrajes para dirimir diferendos. Lo que López Obrador hace es renunciar a una defensa con todas las armas en la mano que el derecho proporciona, para refugiarse en una postura que huele a nacionalismo ramplón.

    Nuestras relaciones con España, sobra decirlo, son de una complejidad enorme, por la conquista, por la cultura, por las identidades culturales, por el apoyo a la república derrotada por los fascistas, por muchas cosas más. Pero en el mundo contemporáneo no basta que un Presidente mexicano quiera regañar a la historia por el superlativo capricho que le plazca. Reconozcamos además que en España hay una ascenso de las izquierdas y complicados procesos sociales progresistas que se sienten agredidos por la conducta presidencial de López Obrador. España requiere de México una atención inteligente y puntual, para defender los intereses mexicanos y en esa línea la pausa solo puede servir para aligerarle la carga a Quirino Ordaz, sinaloense priista encargado de la Embajada sin más credenciales que la tozudez presidencial e inexperiencia.

    Nunca había estado más abajo la política exterior de México que ahora.