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Desde antiguo, el ser humano se ha enfrascado en la búsqueda de la eterna juventud. Son clásicos los relatos de personas que se bañaban en manantiales para adquirir este preciado don. Los alquimistas se empeñaron en encontrar la fórmula que los llevara a la consecución de tan perseguida meta.
Incluso, en la actualidad, un universo de médicos, estetas y cosmetólogos pretenden extender el reinado de la juventud, o al menos, retrasar su vigencia y hasta revertir el problema del envejecimiento. La medicina regenerativa estudia la llamada “reprogramación genética”, con el objetivo de regenerar y rejuvenecer las células desgastadas.
Si en siglos anteriores no se ponderaba la juventud, hoy sucede el fenómeno contrario. En efecto, anteriormente se valoraba la experiencia de la edad, por lo que laboralmente se requerían personas maduras. Llegó a darse el caso de que los jóvenes se vistieran y presentaran al departamento de recursos humanos de manera sobria, carácter serio y afectación grave para aparentar más años.
Hoy, por el contrario, se invirtió el paradigma. Pascal Bruckner en su libro Un instante eterno. Filosofía de la longevidad, resaltó: “Qué contraste con nuestros tiempos, cuando cualquier adulto trata de forma desesperada de mostrar los signos externos de la juventud, practica la confusión de disfraces, lleva el pelo largo o vaqueros; cuando las propias madres se visten como sus hijas para anular cualquier brecha entre ellas. En el pasado, la gente vivía la vida de sus antepasados, de generación en generación. Ahora los progenitores quieren vivir la vida de sus descendientes”.
Como expresó el escritor chino, Lyn Yutang: “Amamos las catedrales antiguas, los muebles antiguos, las monedas antiguas, las pinturas antiguas y los viejos libros, pero nos hemos olvidado por completo del enorme valor moral y espiritual de los ancianos”.
¿Valoro a los ancianos?