La desaparición de las desapariciones y la realidad intersubjetiva de Harari
Hace unos días me entrevistaba un periodista sobre la sesión 50 del Consejo Nacional de Seguridad Pública y cuando enfaticé la ausencia del delito de desaparición en el reporte de delitos de alto impacto, él lo interpretó como algo “inexplicable”. Esta es una explicación que yo propongo.
Primero, los hechos. El 10 de diciembre pasado en esa sesión se presentaron unas láminas, entre las cuales estaba la “Incidencia de los delitos de alto impacto 2019-2024”. La gráfica no incluyó el delito de desaparición forzada de personas ni el delito de desaparición cometida por particulares, previstos en los artículos 27 y 34, respectivamente, de la ley general en la materia.
Algunas preguntas: ¿Por qué es así? ¿Quién lo decidió así antes y ahora? ¿Cuántas voluntades confluyen en desaparecer las desapariciones del reporte de delitos de alto impacto en el más alto órgano de Estado en materia de seguridad pública? ¿Cómo se construyó la decisión política de invisibilizar las desapariciones en la mesa de todos los poderes ejecutivos federal y estatales? ¿De qué tamaño son las implicaciones de tal postura del poder público?
Agrego otro hecho relevante para esta discusión. En su primer discurso como Presidenta electa Claudia Sheinbaum afirmó que “nos han enseñado que lo que se nombra, existe, y lo que no, no existe...”.
Hay tantas interpretaciones posibles. En esta ocasión me concentro en el lenguaje y recojo brevemente la tesis presentada por Yuval Noah Harari al inicio de su nuevo libro Nexus (Debate, Penguin Random House, 2024), no sin antes exponer los antecedentes de mi argumento.
Desde el Programa de Seguridad Ciudadana de la Ibero CDMX dialogamos con audiencias y personas interlocutoras cotidianamente; investigamos por qué es tan extraordinariamente difícil transitar hacia la toma de conciencia y la participación colectiva y sostenida para construir los entornos protectores que ofrece este paradigma de seguridad con derechos humanos, de cara al paradigma autoritario y fallido enfocado en el uso de la fuerza y el castigo.
Al confirmar que repetimos conductas desde el poder público, pero también desde la sociedad, que prolongan la crisis de violencias, venimos abriendo puentes de aprendizaje hacia diversas teorías que explican por qué actuamos y hablamos de cierta manera y cómo aprendemos a modificar nuestras conductas. Esto nos está abriendo puentes hacia la comunicación, la comunicación política, las teorías cognitivas y las nuevas propuestas de aprendizaje significativo, entre otras.
Ya entendimos que nuestro mensaje documentando la evidencia del daño a consecuencia del paradigma fallido de la seguridad es insuficiente y puede ser contraproducente; como alguien nos dijo hace poco: ustedes trabajan en temas “que nadie quiere saber”. Así que el reto es mucho más grande que documentar y más grande también que proponer alternativas abstractas, cuando estas no son significativas para las audiencias y nuestras interlocutoras.
Nos preguntamos qué resortes en el discurso político y la conversación pública pueden alimentar la prolongación de una política de seguridad hegemónica que cuesta tanto y por esa vía nos hemos aproximado a lo que algunos autores han llamado “la era narrativa”.
Así llegamos a la realidad intersubjetiva de Harari. Es una teoría enorme que solo recojo en brochazos más que gruesos. En el capítulo 2 de Nexus, intitulado Relatos: las conexiones ilimitadas, el autor explica: “Lo que permitió que diferentes comunidades cooperaran fue que una serie de cambios evolutivos en la estructura del cerebro y en las capacidades lingüísticas confirieron a los sapiens aptitudes para contar relatos ficticios y creerlos, así como para emocionarse profundamente con ellos. En lugar de construir sólo una Red de cadenas de humano a humano, como por ejemplo hicieron los neandertales, los relatos proporcionaron a Homo sapiens un nuevo tipo de cadena, las cadenas de humano al relato. Con el fin de cooperar, los sapiens ya no tenían que conocer a los demás en persona, sólo tenían que creer el mismo relato”.
Harari distingue hechos y relatos, como lo vienen haciendo cada vez más personas desde distintas disciplinas, y recoge relatos asociados a eventos y a figuras de la historia, como por ejemplo Iósif Stalin, para enseñarnos que “La gente cree que conecta con la persona, pero en realidad conecta con el relato que se cuenta sobre la persona, y a menudo la brecha que se abre entre ambos es enorme”. Y apunta: “Aunque en ocasiones las campañas de promoción de marca constituyen un ejercicio cínico de desinformación, la mayoría de los relatos realmente importantes de la historia han surgido como consecuencia de proyecciones emocionales y de deseos”.
En el subcapítulo sobre “Entidades intersubjuntivas”, el famoso autor también de Homo Deus escribe: “Los dos niveles de la realidad que precedieron a las narraciones son la realidad objetiva y subjetiva”. La primera son las cosas “que existen seamos o no conscientes de ellas”. La segunda incluye “el dolor, el placer, el amor... existen en cuanto que tomamos conciencia de ellas”.
“Pero ciertos relatos son capaces de crear un tercer nivel de realidad: la realidad intersubjetiva... las cosas intersubjetivas existen... en el nexo que se establece entre un buen número de mentes. Más específicamente, existen en los relatos que las personas nos contamos unas a otras... Pero el hecho de que muchas personas se cuenten relatos sobre las leyes, dioses o dinero sí que crea leyes, dioses o dinero. Si la gente deja de hablar de ellos, desaparecen. Las cosas intersubjetivas existen en el intercambio de información”.
Sheinbaum nos recordó que lo que no se nombra no existe. Harari nos enseña que la realidad que nos conecta son los relatos y estos configuran el reconocimiento colectivo de la existencia o inexistencia de algo.
Según la organización Impunidad Cero, “la evolución de las desapariciones en el País ha mantenido una tendencia creciente desde 2006, y aunque ha habido años con disminuciones, el cambio porcentual es mínimo. Tan solo en 2022 hubo 9 mil 68 personas desaparecidas y no localizadas, lo que marcó un récord en la historia del registro”. La misma fuente confirma que “la impunidad acumulada para el delito de desaparición fue de 99.6 por ciento a nivel nacional”. Mientras, en Sinaloa se informó que tan solo en un mes se duplicaron las desapariciones.
Poco después confirmamos una vez más que ese delito no está en el relato oficial del órgano superior de Estado en seguridad, entonces la teoría nos enseña que estamos ante un relato, justamente de Estado, que desaparece las desapariciones; es quizá “un ejercicio cínico de desinformación”, en palabras del autor multicitado.