La ópera La Gioconda, de Ponchielli, contiene en el tercer acto un ballet conocido como La danza de las horas, el cual se hizo famoso en 1940 gracias a su inclusión en la película Fantasía, de Walt Disney, donde es interpretado por un ballet de animales.
Sin embargo, la pregunta clásica y fundamental con que se nos requiere es “¿cuántos años tienes?”, no ¿cuántas horas, minutos o segundos has vivido?, porque es una cuestión más difícil de contestar debido a su inmediatez y fugacidad. No obstante, algunas personas opinan que a la pregunta de los años no se debe responder con los transcurridos, sino con los que restan por vivir.
En un poema, atribuido a José Saramago, el escritor fue más tajante: “¡Qué importa cuántos años tengo!... ¡Tengo la edad que quiero y siento!... Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos... Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo... ¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más! Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!”.
En 1964, triunfó en el Festival de Sanremo una canción interpretada por una jovencísima Gigliola Cinquetti, de 16 años, titulada No tengo edad, donde se señaló que era demasiada pequeña para amar a un muchacho y salir sola con él. Habrán de atenderse y respetarse las recomendaciones de honor, respeto y decencia; empero, lo que no se debe hacer es poner el pretexto de la edad a la consecución de las metas.
Mi buen amigo, Humberto Armenta, compartió un video sobre Miguel Ángel, recordando que esculpió La Piedad cuanto contaba con escasos 24 años.
¿Utilizo el pretexto de la edad?