En el Festival de Sanremo de 1964, una muchachita originaria de Verona (la ciudad inmortalizada por Shakespeare) triunfó con la canción “No tengo edad”. Se trataba de Gigliola Cinquetti, quien volvió a vencer en 1966 acompañada de Domenico Modugno, con la canción “Dios, cómo te amo”.
La jovialidad, inocencia, gracia y dulce voz de Gigliola conquistó inmediatamente a la audiencia. La letra de la canción es simple y habla de un enamoramiento: “no tengo edad para amarte”. Sin embargo, lo importante es constatar que no solamente se puede carecer de edad en cuanto madurez para enamorarse, sino que se debe vencer también el pensamiento de que la edad derriba y vence inexorablemente a quienes llegan a la adultez y ancianidad.
En realidad, habría que pensar que tener edad no es una carga, sino una bendición; no se pierden energía y fuerzas, sino que se ganan madurez y sabiduría. Envejece quien no se renueva y reinventa, quien se ancla en el pasado y entierra su porvenir. Envejece quien no abre las puertas de su creatividad e imaginación, quien se deja vencer por la angustia y el miedo al qué dirán. Envejece quien se radicaliza en su manera de pensar y de actuar, quien se encierra en una torre de hierro y se olvida de luchar.
La niñez y juventud son etapas centradas en el aprendizaje, la madurez y ancianidad se abren como las flores en primavera a la benevolencia y comprensión. Es típico comparar la madurez con los vinos: mientras más añejos son mejores, mientras que los tempranillos son jóvenes y provienen de un tipo de uva oscura, afrutada y con acidez media.
Es clásico, también, afirmar que en la juventud ondea la llama; en cambio, en la senectud brilla una intensa luz.
¿Vivo sin edad?