Grupo de amistad México-Putin

    No se formó en la Cámara de Diputados un grupo de amistad con Rusia, sino un grupo de apoyo a Putin. No fue, bajo ningún concepto, la apertura de un foro dialogante para hacer frente a la torpe rusofobia que se ha desatado en tantas partes del mundo para cancelar una cultura. Fue la fundación de un bloque putinista en el seno de la representación nacional.

    Alberto Anaya, dirigente del Partido del Trabajo, ha sostenido desde hace tiempo que Corea del Norte es el modelo que México podría imitar. La cárcel norcoreana le parece envidiable. Esa dictadura que no pierde el tiempo con elecciones y que no se distrae con las trampas del bienestar es una guía para México y para el mundo. Hace unos años, el fundador del PT dirigió una conmovedora carta a Kim Jong-Un. Le expresaba entonces admiración por sus “grandes hazañas”. Usted está “dando la mayor gloria a la Corea Socialista ante todo el mundo”, le decía. Al heredero de la dinastía totalitaria lo alababa en los mismos términos que utiliza la propaganda oficial de aquel país: un gigante de conocimientos extraordinarios, un guía histórico de notable personalidad popular. Hace menos de un año, sostenía que Corea del Norte debía ser reconocido como un aliado más cercano de que lo pudieran ser los Estados Unidos.

    Anaya nos propone ahora amistad y otro liderazgo como modelo A Vladimir Putin, el hombre que ha decidido violar la soberanía territorial de un país vecino, al político que ha estado dispuesto a bombardear edificios civiles para arrasar ciudades enteras, el Partido del Trabajo de México, en alianza con legisladores del partido mayoritario, le ofrece tribuna. A Putin le han obsequiado un foro en el Congreso mexicano para la propaganda más desvergonzada. Sin réplica alguna, el diplomático expuso las coartadas del invasor. El libreto orwelliano patrocinado por el Partido del Trabajo es llevado al extremo: la guerra es la paz. No se trata en realidad de una invasión, dijo. Lo que hemos visto es, en realidad, una “operación militar especial,“ que debe ser reconocida como una intervención humanitaria. El Embajador invitado por el PT, varios legisladores de Morena y un priista antidiluviano, declaró con desparpajo que Rusia no había empezado la guerra, sino que la estaba terminando. Y que los civiles que habían muerto eran, todos, blanco de los nazis que gobiernan Ucrania.

    No se formó en la Cámara de Diputados un grupo de amistad con Rusia, sino un grupo de apoyo a Putin. No fue, bajo ningún concepto, la apertura de un foro dialogante para hacer frente a la torpe rusofobia que se ha desatado en tantas partes del mundo para cancelar una cultura. Fue la fundación de un bloque putinista en el seno de la representación nacional. El favorito de la extrema derecha europea y del trumpismo norteamericano, ha encontrado en cierta izquierda promotores entusiastas. Esos extremos adoran al cleptócrata, al macho antagonista de la globalización y de la democracia liberal.

    No puede decirse que un foro organizado por la coalición que llevó al candidato López Obrador al triunfo en 2018 y que lo apoya disciplinadamente desde su triunfo, sea una anécdota en los márgenes de la política nacional. Los anfitriones del representante de Putin forman parte, en efecto, de la coalición gobernante y responden a las señales que emite el Presidente de la República. La ambigüedad presidencial ha dado la bienvenida a esa formación política y puede decirse que ha sido recibida con buenos ojos en Palacio.

    A pesar de la posición oficial de México en los foros internacionales, el Presidente sostiene que su gobierno se mantiene neutral frente a la invasión rusa. El gobierno condena mientras la presidencia juega a la neutralidad. Tanto el titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores como el Embajador de México ante la ONU han condenado esa gravísima violación al derecho internacional. Tienen toda la razón de su lado. Han nombrado la agresión sin ambages. Pero, frente a esa posición clara que es, no solamente respetuosa del derecho internacional, sino congruente con nuestra tradición histórica, el Presidente invoca el neutralismo que tanto conviene al agresor. Se fuga al pasado para no confrontar la urgencia y la gravedad del día. No extraña por eso que el Embajador de Putin le haya dado las gracias al gobierno mexicano. Y no es que debamos atender en modo alguno el regaño del Embajador norteamericano. No es a él a quien corresponda definir las alianzas permisibles para México. Es que debemos entender la responsabilidad de México en el mundo. Y pretenderse neutral ante una invasión es abdicar de esa responsabilidad elemental.