No somos iguales. Ya no habrá espionaje telefónico. Esa fue una de las primeras promesas del Presidente, como también prometió que ya no habría masacres, que en seis meses resolvería el problema de la seguridad, que ahora sí habría abasto de medicamentos, etcétera. Pero al parecer no le avisó a los miembros del crimen organizado que se habían acabado las masacres y tampoco a los miembros de su partido que ya no se valía espiar, que eso de grabarse los unos a los otros no solo era cosa del pasado sino de muy mal gusto.
Las filtraciones de audios hoy tan de moda tienen una función social similar a la del escándalo: nos permite asomarnos a la política real, conocer someramente cómo se construyen los acuerdos y de qué tamaño moral es nuestra clase política. En esta lógica, habría que agradecer a los políticos la capacidad que tienen de delatarse y traicionarse los unos a los otros a través del espionaje telefónico. Gracias a estas filtraciones nos enteramos cómo un Fiscal es capaz de negociar el cumplimiento de la ley (delitos no graves, en la visión del Presidente); que el presidente del PRI le esconde propiedades no solo al fisco, también a su mujer, o que tiene a los periodistas en altísimo concepto: como unos muertos de hambre; que la Gobernadora de Campeche, la filtradora número uno, siempre tan arrastrada y zalamera con el Presidente, en realidad piensa que López Obrador es perverso y ególatra; o que el caso Lozoya es solo un montaje.
En fin, hay que reconocer que gracias a las filtraciones somos un poco menos ingenuos. La pregunta es qué ganan los políticos cuando filtran llamadas obtenidas ilegalmente. Abrir la puerta de las violaciones a la privacidad, aceptar que todos se graban los unos a los otros y hacen públicas las grabaciones sin consecuencias, es darse un balazo en el pie. El problema no es que no haya sucedido antes, sino que siga pasando y los poderes no lo condenen y manden una clara señal de repudio. Será difícil evitarlo, pero al menos podrían inhibirlo.
Estamos en un periodo político de destrucción. Hoy se privilegia más la aniquilación del enemigo que la construcción de acuerdos. En las cámaras de lo que se trata es de construir mayorías para echar montón, para imponer “sin cambiar ni una coma”. El diálogo se considera traición a la causa; la negociación, cochupo. En las mañaneras se denuesta a los adversarios, sean políticos, periodistas o empresarios. En las redes se ataca al Presidente por cualquier cosa y se difunden falsedades con singular alegría. Escuchar, dudar, atender al argumento del otro, pasó de moda. Cambiar de opinión es sinónimo de claudicación.
Las filtraciones son un arma de destrucción política. La puerta fue abierta desde el partido en el poder, sea para destruir enemigos, sea para cobrar facturas internas. Difícilmente se va a cerrar en lo que resta del sexenio. Le tocará al próximo Presidente el difícil papel de restaurar la confianza.