Fentanilo y geopolítica

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    De tin marín de do pingüe también se puede cantar en chino y en inglés. Si uno lee las últimas declaraciones de los líderes de Ciudad de México, Beijing y Washington pareciera que el fentanilo y sus derivados no están por ningún lado. Nadie lo sintetiza, nadie lo transporta, nadie lo consume. Es obra del Espíritu Santo. Cucara Macara Títere Fue.

    Empecemos por México. Hace apenas un par de semanas, la Cancillería no tuvo reparo ni vergüenza en afirmar que “no se tiene registro de producción o síntesis de fentanilo en México”. Basta una mirada --no tan disimulada, no tan profunda-- a la prensa nacional para saber que es falso. Falsísimo.

    Entre diciembre de 2019 y marzo de 2023, el Ejército mexicano desmanteló 1,206 laboratorios clandestinos en los que se producía fentanilo y metanfetaminas. La cifra es tremenda: en promedio 43 cada mes, uno y medio al día. La tendencia es al alza: en febrero de 2023, en una sola operación, el Ejército mexicano y la Guardia Nacional decomisaron 530 mil pastillas de fentanilo, 150 kilogramos de precursores químicos (acetaminofén) y 30 kilogramos de fentanilo en polvo –-más de todo lo decomisado entre 2016 y 2019. México ya no es solo puente de opiáceos sintéticos en su carrera hacia el Norte; es también productor. Comencemos por aceptarlo.

    China, por su parte, niega que exista tráfico ilegal de fentanilo entre México y aquel país. Otra mentira. Hay evidencia que de sus puertos salen día sí y día también cargamentos con fentanilo. Solo en las ciudades costeras de China hay unos cuatro mil laboratorios clandestinos dedicados a abastecer el mercado ilegal. En un régimen autoritario y prohibicionista como el chino es imposible no alzar la ceja y pensar que hay cierta aquiescencia (seré amable) por parte del Gobierno.

    Sin embargo, ante la extraña carta enviada la semana pasada por López Obrador a Xi Jinping pidiéndole ayuda “por razones humanitarias para controlar el tráfico”, el Presidente chino prefirió negar lo obvio y afirmó que “Estados Unidos debe afrontar sus propios problemas”. En la respuesta de Xi Jinping se advierte el conflicto geopolítico y comercial que mantienen Estados Unidos y China. Aquí, el fentanilo es solo una pieza más del tablero. Sobre este tema volveré más tarde.

    Por último, Estados Unidos y sus congresistas, con la mano en la cintura, acusan a México y a China de ser la fuente central del tráfico de fentanilo. Lanzan amenazas, discursos incendiarios, pero callan tres cosas fundamentales. Primero, que las armas que entran ilegalmente a México vuelven a Estados Unidos, cual alquimia, en forma de drogas. Segundo, que la mayor parte de los traficantes acusados por tráfico de fentanilo (86 por ciento) son ciudadanos estadounidenses. Tercero, que la adicción a los opiáceos no se generó en México o en China–-su origen está en la industria farmacéutica y en las prescripciones médicas de un montón de médicos corruptos. Puesto de otra manera: prefieren mirar a Sinaloa, en lugar de buscar las fuentes del problema en Virginia, Ohio y Tennessee. Me falta vocabulario para traducir al inglés el viejo proverbio: la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el nuestro.

    Así, China, Estados Unidos y México tienen responsabilidades compartidas. Cierto. Pero las responsabilidades no son simétricas ni tienen el mismo nivel de urgencia. A los congresistas estadounidenses (que obviaron el problema durante años) les urge resolver el tema por motivaciones electorales. China, por su parte, aprovecha la baza para tensar o destensar, según sea oportuno, el conflicto que mantienen con Washington. Es una carta que jugarán según escalen (o no) otros conflictos globales. Rusia, Taiwán y Ucrania no están tan lejos como parecen. La metáfora de la válvula cuyo flujo de presión se activa y desactiva a conveniencia funciona para entender la posición de Beijing.

    México está, pues, atrapado en una situación tan compleja como inevitable: al sur del mercado de drogas más grande del mundo, con un problema de seguridad pública estructural y con puertos infestados de precursores químicos provenientes del Pacífico. No estoy seguro cuál deba ser la estrategia correcta para lidiar con este embrollo, pero quizás cantar de tin marín de do pingüe no sea la mejor idea.