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El Octavo Día

La repetición televisiva como forma de la memoria

EL OCTAVO DÍA

    Quizás una de las cosas que nos tienen como una sociedad sonámbula, movida por los hilos invisibles del algoritmo y el mitote, es que vemos las series como maratón para olvidarlas la semana siguiente y así nuestra mente se mantiene estacionada, racionada y estancada.

    Antes veíamos los programas una y otra vez, hasta memorizarlos y hacerlos nuestros, completando los diálogos, ya si fueran una película de Pedro Infante, Columbo o Los Picapiedra.

    Y a inicios de los ochenta, con la caída del peso, algunas series como Los Dukes de Hazzard o BJ McKay las repitieron hasta llegar a la parodia involuntaria... en el 83 entraron varias series chafas de producciones gringas regionales. (Clave roja, Enfermera y otras olvidables que solo yo recuerdo porque era un niño aburrido en ese verano).

    Hoy no conozco a nadie que repase una buena serie.

    Ahorita estoy viendo los capítulos que me faltaron en #TheWalkingDead y caigo en cuenta que todos los protagonistas son una bola de narcisistas irredentos.

    Pero claro que no es certeza lo que afirmo.

    ¿Era mejor el país donde nos aprendimos la lección moral de tanto ver los sábados a Juliancito Bravo hacer su primera comunión, a Marcelino Pan y Vino con Fray Papilla o a Pily y Mily bailando con minifalda en las jaulas de un hoyo funky?

    Hoy vemos esas producciones que eran ingenuas de origen y nos asustan los diálogos políticamente infectos, llenos de homofobia o misoginia.

    Buenas noticias...

    Hoy, pasando a la literatura, el escándalo fue el conocerse que los libros de Roald Dahl están siendo retocados en el Reino Unido para adaptarlos al lenguaje inclusivo y “no ofensivo”.

    Por fortuna, las editoriales Alfaguara y Gallimard se desvinculan de los cientos de cambios “inclusivos” realizados en Reino Unido en clásicos como ‘Matilda’ y ‘Charlie y la fábrica de chocolate.

    Alfaguara tiene los derechos de edición en español de las obras de Dahl, autor de cuentos infantiles tan populares como Matilda o Charlie y la fábrica de chocolate.

    La editorial se desmarca así de la decisión de la británica Puffin Books, que ha revisado los textos para “asegurarse de que todos puedan seguir disfrutándolos hoy”, a pesar de que ambas pertenecen a Penguin, uno de los grupos editoriales más grandes del mundo.

    Me parece bien que se denuncie la alteración editorial políticamente infecta a los cuentos de Roald Dahl, a los que quitaron sus “malas palabras”... pero nadie dijo nada cuando se hizo de su magistral “Charlie y la fábrica de chocolate” una parodia de Michael Jackson y su castillo de Nevermore en el cine.

    El Willy Wonka vintage era mejor, más fiel al estilo del genial narrador que el sobreactuado y a veces sobrevalorado Johnny Depp.

    La corrección política llegó al pasado. Estoy viendo Reportaje, la multitudinaria película del indio Fernández sobre el Año Nuevo, llena de sketches con lo mas granado del cine de su época.

    Hay escena en que un ladrón le habla a Fernando Soler por teléfono al cabaret, para que le dé la combinación de su caja fuerte, ya que ve que su biblioteca es muy elegante y preferiría no quemarla.

    Pues ya suprimieron TODO el diálogo de Joaquín Pardavé, quien es uno de los ladrones y figura como un libanés emigrado, Luego de apagar el soplete, se pone a repetir la combinación en árabe, quejándose en ese mismo idioma con una frase que pocos entendieron en los años 50: “de haber sabido que iba a acabar así, mejor me hubiera quedado a robar en Damasco”...

    Solo hay una disolvencia del soplete para pasar con fuegos artificiales a la escena del divorcio de Arturo Cordova y Dolores del Río.

    Se nos permite creer que estamos creando la humanidad, decía Octave Mirabeau, pero en realidad la estamos destruyendo.