Si la colaboración anterior de ¿cómo saldremos de la pandemia? nos pareció pesimista o negativa, conviene que reflexionemos seriamente en cuál es nuestro está de ánimo actual, pues no se pueden pedir peras al olmo. Es decir, si nuestro estado actual es frustrante y derrotista, ¿se podrá esperar que lo cambiemos de manera inmediata y surja algo bueno? Como dijo Jesús: “Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos”, (Mt 7.18).
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el 60 por ciento de la población enfrenta lo que ha llamado “fatiga pandémica”, la cual se refleja en un cuadro de reacciones emocionales difíciles y complejas, como cansancio, enojo, miedo, ansiedad, desánimo, depresión, por citar algunas. Lógicamente, estas emociones producen un potente impacto en la vida de todas las personas.
Este cuadro emocional es provocado por el temor a padecer una enfermedad mortal, así como por el fallecimiento de familiares y amigos queridos, pérdida de empleos, cierre de negocios, dificultades de movimiento corporal, encierro y aislamiento muy prolongado.
Las reacciones emocionales se recrudecen con la prolongación del virus, ya que después de una ola viene inmediatamente otra, así como a una variante le suceden otras más, de manera que le faltan letras al alfabeto griego para denominarlas.
Este malestar psicológico que produce la fatiga pandémica genera en nosotros mayor irritabilidad, aburrimiento, tedio, fastidio, inestabilidad emocional, cambios repentinos del humor, problemas de concentración, insomnio, angustia, estrés y mayor desgaste físico.
Hemos tratado de observar las medidas que impone el protocolo de salud, como el uso del cubreboca, la sana distancia y lavado frecuente de manos. Sin embargo, conviene preguntarnos por nuestra higiene mental y espiritual, puesto que ahí radica el control de nuestro organismo y de la fatiga pandémica.