Al sino del escorpión llegó vía Facebook un texto extraordinario de autor impreciso, pero cuyo contenido llevó al alacrán a reflexionar sobre el envejecimiento, la sexualidad y la andropausia. La entusiasta propuesta apunta hacia la conformación de “otra nueva edad”, una franja social de personas entre 50 y 70 años que estrenan una edad distinta y “aún sin nombre”. Antes, a los hombres y las mujeres de esa edad se les consideraba viejos y viejas, pero hoy se rehúsan a serlo. Están física e intelectualmente en plenitud y disfrutan con entrega cada uno de sus días, sin temor al ocio, la jubilación o la soledad, porque después de años de trabajo, crianza de hijos, carencias, desvelos y sucesos fortuitos, bien vale mirar con creatividad el futuro que les resta.
Optimismos aparte, el alacrán coincide con la propuesta en la medida en la cual cualquier edad es también una construcción social y cultural. La mujer no nace mujer, son la familia, la religión, la educación y la sociedad las que le imponen ese papel y le asignan ese rol convencional, escribió Simone de Beauvoir ¿No podríamos decir lo mismo de la niñez, la juventud, la madurez y la vejez como categorías o roles sociales? De ahí la mitificación de las etapas de la vida: de niño se debe ser puro, inocente, feliz, una realización apenas vislumbrada. De joven o adolescente se debe ser rebelde, inconforme, cuestionador, insatisfecho, un hombre o una mujer en potencia. De adulto se debe ser responsable, equilibrado, trabajador y serio además de casado y padre de familia. Y de viejo parece que uno debiera hacerse a un lado, dejar los fervores y las emociones de otros tiempos y resignarse a decir “nosotros los de entonces ya no somos los mismos” (Pablo Neruda).
Habría que interrogarnos a fondo hasta dónde estos papeles son también imposiciones social y culturalmente establecidas, convenciones generalizadas y aceptadas más allá de los naturales procesos biológicos de todo ser humano. El concepto “niñez” surgió como tal en el siglo XIX (apenas en 1924 se creó la Junta Federal de Protección de la Infancia, antecedente del INPI de 1961 y del DIF de 1977), en tanto el concepto “juventud” se reconoció a mediados del siglo XX (el INJUVE se creó en 1951). No obstante (inexorablemente, subraya el venenoso) los “procesos biológicos naturales” también se imponen, y así nos lo recuerda el número reciente de la Revista de la Universidad (No. 889, octubre, 2022), dedicado a la menopausia y la andropausia, esos cambios físicos y mentales vividos por los hombres y las mujeres una vez cruzada la “mediana edad”, fenómenos donde la sociología, la medicina, la biología y la psicología se cruzan. La andropausia es un fenómeno en el cual la relación entre la biología, la subjetividad y la cultura se complejiza y mantiene una interacción constante.
En su novela Dublinesca (2010) Enrique Vila-Matas admite haberse dado cuenta de su envejecimiento cuando ya no atraía a las mujeres. Por su parte, Joca Reiners Terron escribe en la Revista de la Universidad: “Hace tiempo un amigo que acababa de cumplir 60 años me advirtió: prepárate para volverte invisible. Eso es lo que nos sucede, me dijo; de un momento a otro las mujeres dejan de notarnos”. Estos señalamientos coinciden con lo expuesto por la escritora y periodista Lydia Cacho en su libro Sexo y amor en tiempos de crisis (2014), donde comprueba que la mayoría de los hombres considera la falta de potencia sexual como la medida real de su envejecimiento. Y aunque los remedios abundan y son exitosos (del Viagra al Cialis y otros tratamientos variados), pocos hombres ven en esta situación de ansiedad y tensión una oportunidad para revisar también su salud emocional, pues “los cambios hormonales despiertan traumas o asuntos no resueltos de nuestra vida emocional. A veces el hombre llega (a consulta) porque tiene disfunción eréctil, pero no quiere hablar ni revisar su salud emocional, su relación o relaciones afectivas y eróticas, y entonces entra en un círculo vicioso”, escribe Cacho en su libro.
Sobre otro paciente, la autora señala: “A punto de cumplir los 60 empezó a sufrir cambios de carácter; se sentía inseguro, ansioso y deprimido. Comenzó a acostarse con una chica de 27 años (...) se metió al gimnasio, se obsesionó con el miedo a cumplir los 60, dejó a su pareja, le mintió a toda la gente cercana y se dedicó a tomar Viagra y antidepresivos. Su vida quedó trastocada. Él, como millones de hombres, no se preparó para enfrentar la andropausia”. La depresión, la ansiedad, la falta de autoestima y la necesidad de reafirmación sexual y erótica dominan la crisis de la edad madura, sobre todo cuando los hombres entran en ella sin atender sus cambios hormonales y sólo hacen cambios externos en lugar de internos (el arácnido recuerda tristón al profesor Von Aschenbach escurriendo tinte de su cabello en Muerte en Venecia).
Pero el escorpión quiere terminar con una nota más alentadora, por eso pide a sus lectores contrainterpretar (a la manera de Sontag) los roles que nos asigna la sociedad para garantizar su productividad, funcionamiento y estabilidad, y entender así que “envejecer es descubrirse capaz de pensar(se) fuera de los marcos, lejos de los esquemas clásicos donde una se encierra muy fácilmente” (Guadalupe Nettel). Pensemos con gozo en la vida, la sensibilidad, la sexualidad, las lecturas y la cultura que nos hemos forjado, para aceptar que podemos tener la edad que merecemos, la que seamos capaces de vivir con intensidad y plenitud.