El ser humano se mueve en el tiempo, y éste es un verdugo implacable; jamás detiene su marcha y cercena paulatinamente todas las posibilidades. Como dijo Rubén Darío, en su poema Lo fatal, cuando se es joven “la carne...tienta con sus frescos racimos”, mientras que cuando se es viejo... “la tumba aguarda con sus fúnebres ramos”.
Asimismo, lamentó que el hombre sea consciente de su inexorable viaje hacia la muerte: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura, porque ésa ya no siente”, pues el ser humano percibe con temor su futuro destino: “Y el espanto seguro de estar mañana muerto”.
Sin embargo, el destino no tiene que ser tan dramático y funesto; se puede -y debe- encarar con decisión el ineludible desenlace. Llegar a viejo no es una desgracia, sino una meta que no todos alcanzan, según señaló George Bernard Shaw: “Envejecer es ser capaz de ser más joven durante más tiempo que los otros”.
Efectivamente, se puede llegar a viejo permaneciendo joven, porque lo importante es mantener encendida la curiosidad, inmarcesible el espíritu, lozana la capacidad de asombro, incólume el humor y muy en alto el optimismo.
Por otra parte, la ancianidad no es sólo es una edad cronológica, sino una actitud ante la vida. El cuerpo puede ofrecer señales de fatiga, decrepitud y cansancio, pero la actitud con que se reciba el otoño de la vida es lo fundamental. No se deben buscar pretextos para sentirse mal, sino motivaciones para sentirse en óptimas condiciones. Bien dijo Jean Cocteau: “Se puede nacer viejo, como se puede morir joven”.
Mientras se es joven, la vida se antoja un largo viaje. En cambio, cuando se arriba a la ancianidad, se comprende la brevedad y fugacidad de la vida.
¿Envejezco con juventud?