Cuando somos jóvenes pensamos en tener una vida larga, pero sin las cargas y enfermedades de los años. A medida que avanza nuestra edad comprendemos que la ancianidad no es un mal irremediable sino una oportunidad para madurar nuestro juicio y razonamiento, a la vez que paladeamos el auténtico sabor de la vida, como aseguró el inmortal romántico Víctor Hugo, en un conocido escrito que extractamos:
“Te estás volviendo viejo me dijeron, has dejado de ser tú, te estás volviendo amargado y solitario. No, respondí; no me estoy volviendo viejo, me estoy volviendo sabio.
“He dejado de ser lo que a otros agrada para convertirme en lo que a mí me agrada ser... He dejado ir apegos, dolores innecesarios, personas, almas, y corazones, no es por amargura es simplemente por salud. Dejé las noches de fiesta por insomnios de aprendizaje, dejé de vivir historias y comencé a escribirlas, hice a un lado los estereotipos impuestos, dejé de usar maquillaje para ocultar mis heridas, ahora llevo un libro que embellece mi mente.
“Me estoy volviendo más prudente, he dejado los arrebatos que nada enseñan, estoy aprendiendo a hablar de cosas trascendentes, estoy aprendiendo a cultivar conocimientos, estoy sembrando ideales y forjando mi destino.
“No es por vejez por lo que se camina lento, es para observar la torpeza de los que aprisa andan y tropiezan con el descontento. No es por vejez por lo que a veces se guarda silencio, es simplemente porque no a toda palabra hay que hacerle eco. No, no me estoy poniendo viejo, estoy comenzando a vivir lo que realmente me interesa”.
Muy sabiamente, expresó también Saint-John Perse: “Cuando se alcanza la vejez, la «edad de la sensatez», se ven las cosas de otro modo”.
¿Temo arribar a la sensatez?