Uno de los grandes triunfos del narco sinaloense fue penetrar instituciones y campos sociales que grupos criminales de otras partes del mundo ignoraron o nunca pensaron en influir. Pero, lo inusitado, lo sorprendentemente anormal es que no entró por su propio pie o ambición propia, sino que lo invitaron. Eso fue lo sucedió en la UAS por lo menos a partir de la década de los 80 del siglo anterior.
Así es, hace aproximadamente 44 años, es decir, casi medio siglo, las autoridades de la UAS invitaron a Miguel Ángel Félix Gallardo a financiar la construcción de la biblioteca central de la principal universidad pública del estado. Una placa quedó como testimonio de tal hecho. Cuando eso sucedió nadie protestó públicamente ni en Culiacán ni en ninguna ciudad de Sinaloa. Nueve años después de ese hecho, un grupo de estudiantes de Leyes de la UAS, aún y cuando Félix Gallardo ya había sido apresado en Guadalajara, le entregó un reconocimiento, nos dice el periodista Diego Enrique Osorno en su libro “Bienvenidos a Sinaloa”. Osorno lo escribió de esta manera:
“El viejo capo fue padrino de la generación 1984-1989 de la escuela de Derecho y Ciencias Políticas de la UAS y en correspondencia, el 21 de julio de 1989, en representación de los alumnos graduados, Arnulfo Espinoza Flores le dio un diploma por ser el impulsor de nuestra alma máter”.
Desde entonces, y quizá desde antes, tanto algunas autoridades como grupos de estudiantes les dieron la bienvenida a los capos del narco. Fuera de Sinaloa ese hecho, en el resto de México y en el mundo, hubiese provocado un escándalo social y, sin duda mediático, pero en Sinaloa, no.
¿Por qué? Pues, porque las actividades del narcotráfico sinaloense, después de una larga vida, ya en ese momento, de más de 50 años, se habían “naturalizado” en amplias capas del estado de los once ríos.
En la tierra de Eustaquio Buelna, para entonces el narco no necesitaba usar siempre la violencia para imponer sus intereses, porque ya había echado profundas raíces sociales al grado de que había penetrado el imaginario sinaloense, viéndosele como algo “natural”. Los ejemplos que damos así lo demuestran.
El narco sinaloense en su propio terruño ya tenía tal nivel de presencia y poder que no necesitaba siempre del uso de la violencia para extender sus redes porque, al menos entre amplias capas de habitantes del estado, ya gozaba de la suficiente legitimidad social y cultural como para que lo invitaran a actuar o apoyar campos sociales e instituciones que parecerían muy lejanas de sus intereses.
El gran problema es que quienes llevaron al narco a otros campos, incluyendo en primer lugar la UAS, se les olvidaba que, por más que estuviera culturalmente legitimizado en Sinaloa, seguía siendo una actividad criminal que no podía dejar de utilizar la violencia.
Posteriormente todo se agravó cuando a la UAS, ya en este siglo, también se le vio como un instrumento político, y quienes así lo hicieron recurrieron nuevamente al apoyo del narco, primero para llegar a controlar la institución y después para utilizarla en la disputa del poder político del Gobierno de Sinaloa.
Desnaturalizar la misión educativa, científica y cultural de una universidad en pos de objetivos políticos ya era un acto contra natura, pero, además, hacerlo gestionando el respaldo del narco, rompía todo límite de racionalidad y civilidad. Jugar con ellos implicaba jugar con sus reglas y métodos de actuación, y, como es obvio, eso conlleva todos los riesgos del mundo. Pedirle su intervención significa, de manera inevitable, aceptar su juego. El juego más peligroso del mundo.
A ninguna sociedad, a ningún grupo social con miras largas le conviene que sus centros educativos y científicos se les desvié de sus funciones naturales. El poder en la política tiene un tejido muy diferente al de la educación. El poder de la ciencia y la educación, para poder desarrollarse plenamente, tiene que estar al margen de los juegos políticos partidarios y, sobre todo, lejos de cualquier actividad ilícita. Cuando se mezclan y se confunde a una institución escolar, como a la UAS, con la política partidaria y los juegos ilícitos, inevitablemente se contaminan y se empobrecen la educación y la ciencia. Y, por lo mismo, se empobrece y envilece a una sociedad.
La sociedad sinaloense, o al menos sus grupos más influyentes, incluyendo a aquellos que tienen a sus hijos estudiando en universidades privadas, debe convencerse que este es el momento de que la Universidad Autónoma de Sinaloa debe dejarse en manos exclusivas de los universitarios más comprometidos con la educación, la ciencia y la cultura, al margen de cualquier compromiso partidario y desligados totalmente del crimen organizado. La ganadora sería Sinaloa entera porque los criterios partidarios no determinarían sus estructuras de mando, ni la distribución de plazas académicas, ni su manejo financiero, ni se utilizarían a su personal administrativo y académico, ni a sus estudiantes, en campañas electorales. A todos conviene una universidad limpia y autónoma a cualquier poder externo.
En la democracia compiten diferentes signos ideológicos y políticos. A veces ganan uno y a veces otros. Así es siempre. En Venezuela todo indica que ganó una derecha recalcitrante porque así lo quiso su pueblo. La izquierda lamentable que la gobierna ha hecho muy mal las cosas desde hace varios años y por eso perdió. La postura de AMLO en un principio parecía de respaldo a Maduro, antes las movilizaciones populares ante lo que parece un fraude grotesco, se acerca a Lula y a Petro, con una propuesta conjunta para resolver con transparencia el grave conflicto electoral venezolano.
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