El silencio de las mujeres. Distintos sistemas, misma opresión

07/11/2024 04:01
    La Inquisición, la Unión Soviética y el régimen talibán, pese a sus diferencias ideológicas y distancia en el tiempo, han coincidido en usar a las mujeres como elementos de legitimación y control.

    Desde la Europa medieval hasta el Afganistán contemporáneo, el control sobre las mujeres ha sido una constante en sistemas religiosos, comunistas, totalitarios a lo largo de la historia. Aunque cada régimen y sistema ha tenido sus propias premisas e ideología, su enfoque de dominación hacia las mujeres ha resultado inquietantemente similar. ¿Qué han tenido en común? Han instrumentalizado el cuerpo, la voz y la autonomía femeninas para imponer un orden social y moral. Hablemos de tres ejemplos claros: la Inquisición, la Unión Soviética y el régimen talibán, los cuales pese a sus diferencias ideológicas y distancia en el tiempo han coincidido en usar a las mujeres como elementos de legitimación y control.

    En la Europa medieval y renacentista, la Iglesia católica estableció la Inquisición, una institución que buscaba combatir la herejía y mantener la pureza de la fe. Sin embargo, entre los perseguidos, las mujeres, especialmente aquellas que vivían fuera de los roles tradicionales o poseían conocimientos de medicina popular, fueron acusadas de brujería. Se estima que entre el 80 y el 100 por ciento de las personas acusadas y ejecutadas por brujería fueron mujeres, dependiendo del momento y el lugar. Se las consideraba vulnerables a influencias demoníacas y el “peligro” que representaban justificaba la violencia en su contra. En especial, las mujeres con conocimientos de medicina, las comadronas, fueron perseguidas. Se les arrebató el derecho a apoyar a otras mujeres durante el nacimiento de sus bebés y se les sometió al control de los hombres “doctos” en medicina. Este control sobre las mujeres a través de la persecución religiosa y a nombre de la Iglesia consolidó el patriarcado en las instituciones, reforzando la idea de que las mujeres debían mantenerse en un rol subordinado, lejos de la vida pública y sin derecho alguno. Usar su voz y conocimientos y ayudar a las personas podía costarles la vida.

    Con la Revolución de 1917, el nuevo Estado soviético prometió igualdad de género y legalizó el aborto, promovió la participación laboral de las mujeres y creó servicios como guarderías para liberar a las mujeres del trabajo doméstico. Sin embargo, durante el régimen de Stalin, esta política progresista se revirtió. Aunque la mujer fue valorada como “madre de la patria” y trabajadora, sus derechos individuales fueron limitados en favor de la causa soviética y comunista. Las leyes a favor del aborto se derogaron, las mujeres debían ser las progenitoras de los hijos del sistema. Las demandas feministas que existían se silenciaron para priorizar la “unidad del proletariado”. Se acusó a las mujeres que buscaban la defensa de sus derechos de ser procapitalistas y el discurso predominante establecía que “la defensa de los derechos femeninos” era parte de la propaganda occidental. Las mujeres fueron relegadas a roles que servían al sistema estatal, demostrando que el discurso de igualdad podría ser un instrumento de control cuando la lucha de clases se volvía el objetivo primordial.

    Hoy, en pleno 2024, presenciamos un retroceso igual de violento hacia las mujeres. En Afganistán, los talibanes han impuesto una interpretación estricta de la Sharía que niega a las mujeres y las niñas derechos básicos como la educación, el trabajo y la libertad de movimiento. Bajo este régimen, se prohíbe a las mujeres salir sin acompañante masculino y participar en la vida pública. Los talibanes justifican esta represión en nombre de una “pureza” y “moralidad” que aseguran representa los valores islámicos, aunque esta interpretación no es compartida por otras sociedades musulmanas. Se les ha prohibido hablar, cantar, leer, recitar o hablar frente un micrófono a nombre de las leyes sobre el vicio y la virtud, y en los últimos días la represión ha dado un paso más: se les ha prohibido rezar en voz alta y se les exige que cuando recen, sus rezos no sean escuchados por otra mujer, por lo que deben hacerlo en voz baja. Las mujeres han sido reducidas a roles domésticos y cualquier expresión de independencia es vista como una amenaza al orden social que el régimen busca imponer. Este uso de la religión no sólo les permite dominar a las mujeres, sino consolidar su poder en una sociedad ya vulnerada por décadas de conflicto.

    ¿Por qué la opresión
    hacia las mujeres
    es una constante?

    Estos ejemplos muestran que el control sobre las mujeres ha sido un recurso común para imponer un sistema de poder, ya sea bajo la justificación de la fe, de la causa comunista o del orden moral. En todos estos casos, las mujeres han sido vistas como figuras a “controlar” para mantener la cohesión social, moral e ideológica, y sus derechos han sido subordinados al “bien mayor” de la época.

    Hoy, cuando se observan políticas y estructuras que parecieran atender las demandas de igualdad, es crucial reflexionar sobre los objetivos reales de estos esfuerzos. En muchos casos, la presencia de figuras femeninas en el poder o la creación de instituciones dedicadas a la “protección” de las mujeres pueden ser estrategias para consolidar agendas políticas y controlar la narrativa feminista. Esto recuerda el riesgo de que el discurso de igualdad se convierta en una herramienta de adoctrinamiento que, en vez de empoderar a las mujeres, las silencie bajo nuevas formas de control ideológico.

    Los derechos de las mujeres no son secundarios ni “prescindibles” en la construcción de una sociedad justa y democrática. Por el contrario, son un pilar fundamental para medir la justicia y la igualdad de cualquier sistema de gobierno, sobre todo, los que se consideran democráticos.

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    La autora es internacionalista y politóloga, fundadora de Mujeres Construyendo

    @LaClau

    www.mujeresconstruyendo.com

    Animal Político / @Pajaropolitico