La represión hacia las mujeres en Afganistán y el silencio internacional. ¿En dónde está la política exterior feminista?

    La situación de las mujeres en Afganistán bajo el régimen talibán es un desafío crucial para la comunidad internacional. Las políticas exteriores feministas deben traducirse en acciones concretas y unificadas que no solo condenen las violaciones de los derechos de las mujeres, sino que también trabajen activamente para restaurar y proteger estos derechos.

    Hay silencios escandalosos y resultan más cuando por un lado el silencio es producto de una imposición y, por otro, una decisión.

    El silencio como forma de dominio y violación de los derechos humanos de las mujeres, impuesto por el gobierno Talibán en Afganistán, es una forma de violencia y control sobre la mitad de la población. Por otro lado, las respuestas tímidas de algunos países al respecto, o el pleno y llano silencio de muchos otros son una vergüenza en el escenario internacional. Muchos países se han subido a la ola de la Política Exterior Feminista porque es algo que suena bien y es políticamente correcto, pero para enarbolar esa bandera hay que demostrar acciones y congruencia al respecto, no voltear la cara a lo que está ocurriendo.

    El regreso del Talibán al poder en Afganistán en 2021 dio inicio a una nueva ola de represión contra las mujeres. Las nuevas leyes impuestas, que incluyen prohibiciones extremas como la de hablar en público, representan un intento deliberado de borrar la presencia de las mujeres en la vida pública y consolidar un régimen totalitario en donde las únicas voces que pueden escucharse son las de los hombres y principalmente, la de los talibanes en el poder.

    Las restricciones que el Talibán ha impuesto sobre las mujeres son severas, violatorias no sólo de los derechos humanos, sino humillantes y destinadas a invisibilizarlas de todas las maneras posibles. ¿Las conoces? Aquí hay algunas: 1. Tienen prohibido ir al colegio o la universidad. No tienen derecho a la educación. 2. No tienen derecho a trabajar. 3. Deben ir vestidas cubiertas de los pies a la cabeza. 4. No pueden salir de casa a menos que vayan acompañadas por un hombre. 5. El deporte está vetado para las mujeres. 6. Es imposible que suban a un camión con hombres. 7. No pueden elegir con quién casarse, cuántos hijos tener ni cuándo tener relaciones. 8. No pueden ser vistas, lo que implica que no puedan asomarse por las ventanas, por ejemplo. 9. Imposible protestar. El derecho a la libertad de expresión es inexistente. 10. Los salones de belleza fueron cerrados por decreto, por lo que también tienen prohibido esto. En otras palabras, no tienen derecho prácticamente a nada, no pueden trabajar, moverse, expresarse y existen como si su única función fuera la de ser matrices reproductoras. El derecho a la salud, implícitamente, también está negado, porque no pueden ir cuando sea necesario y las consultas deben ser bajo estricta tutela masculina. Dar a luz actualmente es prácticamente una tortura para las mujeres por el trato que reciben. El país tiene uno de los índices más altos de mortalidad materno-infantil en el mundo.

    De sobra está decir lo evidente: que estas restricciones han hecho que aumenten la violencia de género, la violencia doméstica y los matrimonios forzados.

    Históricamente, el cuerpo de las mujeres ha sido utilizado como una extensión del campo de batalla en los conflictos y en la guerra, y la situación en Afganistán bajo el régimen talibán es una clara ilustración de esta realidad. El control que el Talibán ejerce sobre las mujeres a través de la imposición de un código de vestimenta, la restricción de su movilidad y la exclusión de espacios públicos es una estrategia para someterlas y consolidar su poder. El dominio sobre el cuerpo de las mujeres -y su vida- es una manera de autoafirmar el régimen. Las mujeres son un objeto de coerción y carecen de voz en él. La imposición reciente de prohibir la voz de las mujeres en los espacios públicos es una forma de violencia institucional. El líder supremo del Talibán, Hibatullah Akhundzada, decretó las leyes de “vicios y virtudes” que establecen el silencio absoluto de las mujeres, la prohibición de ser vistas y la obligatoriedad de ir cubiertas con telas gruesas de pies a cabeza para “evitar tentar a los hombres” (Pobrecitos, no se pueden controlar.) La violencia contra ellas, en todas sus formas, está totalmente normalizada y avalada por el Estado y las mantiene ajenas a los mecanismos de protección y justicia.

    ¿Y el mundo, qué dice?

    Varios países con políticas exteriores feministas han condenado enérgicamente las acciones del Talibán. Canadá y Francia han sido especialmente vocales, llamando a la comunidad internacional a tomar medidas firmes para proteger a las mujeres afganas. España, que tiene un compromiso con la igualdad en materia de política exterior, se ha expresado en contra. Otros países, como México, han mantenido un perfil timorato, en donde simplemente se defienden los derechos humanos en los foros internacionales -como siempre lo ha hecho nuestra política exterior- pero no se ha escuchado un posicionamiento claro y contundente al respecto. ¿Qué puede decir un país en el que al interior se dan 11 feminicidios diarios y en donde se ha ejercido violencia institucional en contra de las mujeres durante los últimos años? Naciones Unidas se ha manifestado abiertamente en contra, pero la respuesta del Talibán ha sido crítica ante estas preocupaciones señalando la “arrogancia de quienes critican estas medidas por desconocer la Sharia islámica”.

    En resumen, la respuesta global ha sido desigual y, en algunos casos, insuficiente para frenar las violaciones de derechos humanos. Este contraste entre la retórica feminista y la acción efectiva pone en evidencia las limitaciones de la diplomacia actual en la defensa de los derechos de las mujeres y la necesidad de tener una política exterior feminista congruente entre lo que se dice y hace al exterior y al interior de las fronteras.

    La situación de las mujeres en Afganistán bajo el régimen talibán es un desafío crucial para la comunidad internacional. Las políticas exteriores feministas deben traducirse en acciones concretas y unificadas que no solo condenen las violaciones de los derechos de las mujeres, sino que también trabajen activamente para restaurar y proteger estos derechos. Para los países que no han suscrito la política exterior feminista, esta flagrante violación de derechos humanos y la normalización de la violencia institucional contra la mitad de la población debería ser razón suficiente para sancionar, accionar y manifestarse en contra del régimen en el poder. Salvar vidas es un reto cuando la política va de por medio.

    Sin mujeres, no hay democracia. Sin mujeres hay monólogos, no diálogos. Sin mujeres no hay paz, hay guerra.

    #CuandoTocanaUnaNosTocanaTodas

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    Internacionalista y politóloga, fundadora de Mujeres Construyendo

    www.mujeresconstruyendo.com

    @LaClau Animal Politico / @Pajaropolitico