El Centro de Estudios Justo Sierra (CEJUS) con sede en Surutato, Badiraguato fue galardonado con el “Premio ABC: Maestros de los que aprendemos” en 2015. Se le reconoció en la categoría de “equipos”, entre otras cosas, por su capacidad para transformar su entorno. Mexicanos Primero (MP) financia dicho premio desde hace 15 años, pero la designación de los ganadores no depende solamente de la organización. Cuando los maestros de la Sierra mandaron su proyecto para ser evaluado, distintas instituciones vinieron a corroborar lo suscrito por los profesores.
En el CEJUS trabajaban por proyectos, le daban mayor o menor importancia a una unidad dependiendo de la realidad de sus alumnos, el maestro fungía como una suerte de traductor entre el libro de texto y la realidad del entorno, lo que le daba un margen de libertad envidiable incomparable con la amplia mayoría de las escuelas del sistema, los maestros eran considerados asesores, las y los niños no le daban la espalda a ninguno de sus compañeros, las asignaturas tenían una lógica transversal y un largo etcétera. Todo esto era posible porque la Autoridad Educativa Local (AEL) llegaba con dificultad hasta esos espacios.
Hoy retumba en mis oídos parte de la discusión entre los expertos cuando se discutía sobre los posibles ganadores. ¿Debería un premio nacional de esta envergadura reconocer a una escuela que estaba desafiando al sistema educativo con tal vitalidad? Lo demás es historia.
La experiencia del CEJUS marcó mi forma de entender la escuela desde diversos ángulos, sobre todo cuando tuve oportunidad de ser secretario de Educación Pública y Cultura (SEPyC) en Sinaloa. Fue revelador para mi entender como una escuela tiene capacidad para recentrar su aprendizaje y volverlo parte de las aspiraciones de toda una comunidad, de lo contrario “aprender” es un proceso que corre en paralelo, ajeno a las necesidades de los propios alumnos.
Lo anterior me lleva a una conclusión: nuestro sistema educativo en México carece de propósito. Tal como lo señala Neil Postman en su libro The End of Education, solemos confundir esta realidad metafísica o filosófica con un antecedente cercano a la ingeniera. La formación docente, la evaluación del sistema, la transparencia y la rendición de cuentas, el gasto educativo son todos problemas referenciados al “cómo”, son desafíos técnicos. Nuestro problema no esta ahí, sino en definir la razón íntima de nuestra visión sobre la educación y el rol que asignamos a la escuela. A mediados del Siglo 19, Prusia necesitaba ejércitos cada vez más disciplinados y ordenados, capaces de recibir y actuar en base a ordenes claras y estrictas; a diferencia del sistema educativo alemán, el propósito de los norteamericanos fue reforzar un mercado a través de la producción y la empleabilidad, así que su proyecto partió del ejemplo alemán, pero con un propósito distinto hace cerca de 150 años.
El sistema educativo en México tiene un énfasis francamente positivista, esto es, distinto a lo liberal. Mientras para estos últimos “la instrucción del niño es la base de la ciudadanía”, para los primeros “la libertad es sólo un medio”, lo verdaderamente importante es el orden si se desea progreso(1). En pocas palabras, el sistema educativo tuvo durante largas décadas un propósito de naturaleza política.
La naturaleza política no está divorciada en esencia de los resultados. Producto de un importante desarrollo industrial en la década de los 50’s nuestro país necesitó de una creciente mano de obra calificada. Siendo que el grueso de la población en edad escolar era la que tenía entre 6 y 12 años, se decidió darle atención prioritaria al nivel primaria por lo que se desarrolló un “Plan para el Mejoramiento y la Expansión de la Educación Primaria en México”, también conocido como “Plan de Once Años”.
Entre 1958 y 1964, la cobertura creció 25 por ciento; se construyeron 21 por ciento más de escuelas; el analfabetismo disminuyó de 35 por ciento a 27.8 por ciento, al tiempo que se contrataron 49.1 por ciento más docentes, con una inversión que superaba el 25.1 por ciento del presupuesto total del PIB en el país(2). A este periodo se le conoce como “el milagro mexicano” y fue acompañado claramente del sistema educativo.
En Surutato quieren una escuela que le permita a sus niñas, niños y jóvenes mantenerse alejados de los problemas sociales de su región, como el crimen organizado y su expresión, las drogas. Probablemente, lo logran en mayor o menor medida en algún tiempo, pero llevan más de 40 años concentrados en esa misión, lo que habla de la sustentabilidad como proyecto.
Podemos argumentar que nuestro sistema educativo a partir de los 90’s se ha dado un nuevo propósito, y a ello se debe la calidad educativa. No sólo es que los niños estén, sino que también aprendan en la escuela y, en esa medida, desarrollen mayores oportunidades de vida a través de un mejor empleo. Sin embargo, este paradigma presenta dos inconvenientes que a la fecha suscitan más dudas que certezas: primero, en México 7 de cada 10 mexicanos que nacen pobres, mueren pobres, lo que indica que la movilidad social está estancada(3); segundo, por lo menos de 1996 a 2008, “siendo insuficientes, insatisfactorios y decepcionantes, [estos 13 años] son los mejores que ha vivido el país desde principios del decenio de los sesenta: hace ya casi medio siglo. Nunca desde entonces [...] se había extendido tanto la clase media, ni se había reducido la pobreza en un plazo tan breve, ni se había mermada la desigualdad mexicana”(4).
Lo anterior no tiene sentido si tomamos en cuenta que ENLACE / PLANEA y PISA, las pruebas estandarizadas impulsadas de manera conjunta para mediar la calidad educativa, califican a México con más de la mitad de sus alumnos en situaciones de aprendizaje por debajo del nivel mínimo de logro académico esperado. ¿Qué pasó, siempre se nos advirtió que a mayor calidad educativa mejores condiciones de empleo y viceversa? No digo que sea falso, simplemente que no alcanza a explicar los desafíos de nuestro tiempo.
La falta de propósito de parte del sistema educativo dificulta a la escuela la generación de una nueva narrativa; sobre ello profundizaremos más adelante. Una que le permita a este instrumento social abordar la inequidad de oportunidades, la crisis del individuo, la generación de un nuevo contrato social y el replanteamiento del uso de la tecnología, desde una perspectiva en el que la escuela tenga un rol social.
Sí, darle a la escuela un nuevo fin es la mejor forma de evitar el fin de la escuela y de hacer de esta noble institución el centro de inspiración de jóvenes que quieren seguir educándose.
Que así sea.
1 ZEA, Leopoldo, Del liberalismo a la Revolución en la educación mexicana, México, INEHRM, 1956, p. 113.
2 LATAPI, Pablo, Diagnóstico educativo nacional. México, Centro de Estudios Educativos, 1964. Véase también WILKIE, James, La Revolución Mexicana 1910-1976; gasto federal y cambio social, México, 1978, p. 193-194.
3 Léase, MEJIA, Juan Alfonso, “Escuelas, ¿para qué?, Noroeste, 23 de enero de 2022,
https://www.noroeste.com.mx/colaboraciones/escuelas-para-que-DJ1812511
4 CASTAÑEDA, Jorge y RODRIGUEZ, Manuel, ¿Y México, por qué no?, México, FCE, Col. Centzontle, 2008, p. 8.
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