En Semana Santa reflexionamos sobre el inmenso dolor que experimentó Jesús; dolor que se abatió también sobre todos los que lo amaban, especialmente María, su madre.
En el concierto del Stabat mater que ofreció el viernes el Coro de la Ópera de Sinaloa, en el Templo de Cristo Rey, en Culiacán, tuvimos la oportunidad de escuchar ese cántico de dolor.
El concierto fue sublime, las voces se mecieron perfectamente en la hamaca de los instrumentos, la contralto deleitó con su tierna, melódica y suplicante interpretación, mientras que las percusiones hacían retemblar el templo, como las atronadoras frases que dirigió Dios a Moisés en el Sinaí, cuando se manifestó en la zarza ardiente.
Son muchas las personas que han comentado que ese concierto se debería repetir en el Teatro Pablo de Villavicencio. Asimismo, resaltan la precisa preparación y conducción del maestro Marco Antonio Rodríguez, al frente del Coro de la Ópera de Sinaloa.
El dolor físico abruma, pero es soportable. Lo trágico acontece cuando al dolor físico se une el espiritual, como dijo el escritor argentino, José Narosky: “El dolor físico lastima. El espiritual, desgarra”.
En esta pandemia, muchas personas han sido desgarradas por este dolor espiritual. Sí, han sufrido la pérdida de seres queridos, de su patrimonio y de sus negocios, pero lo más lamentable ha sido perder su razón de ser, despeñarse en el abismo de la depresión y desilusión, no encontrar asidero firme, rodar por la pendiente del sinsentido y la desesperación.
En María encontramos el claro ejemplo de cómo se sobrellevan las adversidades. El anciano Simeón predijo que una espada de dolor le atravesaría el alma (Lc 2,34-35); experimentó el dolor de perder al niño en el templo (Lc 2,41-50) y contemplarlo pender de la cruz (Jn 19,25-27).
¿Sobrellevo el dolor físico?