Este fin de semana hay elecciones en Estado de México y en Coahuila. De cumplirse los pronósticos, el PRI será el gran perdedor. Será imposible mantener su hegemonía en ambas entidades, nunca antes gobernadas por ningún otro partido. Los expertos hablan en términos político-electorales sobre las implicaciones de la victoria de Morena. Pocos dicen algo sobre la indiferencia de una sociedad frente al posible triunfo de una candidata corrupta e ineficaz. Me refiero a Delfina Gómez.
La exsecretaria de Educación Pública será gobernadora de uno de los estados más poblados del territorio mexicano. Declarada culpable por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) por cobrar diezmo a los trabajadores del municipio de Texcoco mientras fue su alcaldesa, su biografía parece no importarle al electorado.
No es suficiente aprenderse la biblia ni ser sacerdote para creerse Papa. La maestra Delfina fue una de las peores secretarías de educación en la historia mexicana. Durante su mandato no sólo no existió mando, no hubo interés y mucho menos compromiso. Poco podría hacerse para evitar una pandemia de las dimensiones como la experimentada, pero sí se podían combatir sus efectos. La secretaria Delfina fue omisa.
Durante la pandemia en México se alcanzaron niveles de abandono escolar nunca antes registrados, 20% de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía; perdidas de aprendizaje de las y los estudiantes de hasta tres ciclos escolares y estrés hasta en 61% de ellas y ellos.
La secretaría de Educación Pública brilló por su ausencia en la corrección de estos efectos. Pudo impulsar estrategias diferencias en las entidades para alumnos con distintos niveles de aprendizaje, no lo hizo. Era posible generar un programa de rescate para aquellas y aquellos quienes habían tenido que abandonar, pero no importó. Hacer una medición de las y los estudiantes era una exigencia, pero nunca le interesó.
Delfina renunció a su responsabilidad frente a las niñas, niños y jóvenes en México, y ahora lo hará frente a todas y todos los mexiquenses. Pero hay enseñanzas que debemos retener para combatir lo que ella y otros representan en distintas latitudes del territorio nacional.
Morena impulsa liderazgos gerenciales, no quiere a nadie que piense por sí mismo. Volteen a ver a las y los candidatos o funcionarios de cualquier nivel de sus gobiernos, nadie los conoce. Deben ser obedientes y de un claro perfil bajo. Renunciar a pensar por uno mismo es el primer paso para no participar en los asuntos públicos. Eso es justo lo que quieren. Que no participemos.
La mediocridad es un buen punto de partida para pertenecer al movimiento de la “cerote”. El mérito es un antídoto frente a las personalidades “fuertes”, aliado de los procesos institucionales. Un equipo frente a un hombre “fuerte”. Talentos especializados frente a una lealtad a ciegas. Aceptar un cargo público para el cual no estás listo, también es corrupción. Morena está lleno de corruptos.
En palabras de Albert Camus, premio nobel de literatura, “la peste” no es una condición endémica, sino moral. Este tipo de liderazgos siguen triunfando porque nuestra enfermedad es moral. Tener claro este punto de partida, es el principio para derrotarlos. Se puede.
Que así sea.