Cuando los animales pagan el precio de las políticas públicas inmediatistas

    Si quienes maltratan animales son considerados psicópatas, ¿cómo deberían considerarse a quienes permiten leyes e instrumentan políticas que lo posibilitan?

    En un contexto global donde la violencia y la discriminación son combatidas en múltiples frentes, la crueldad y la indiferencia hacia los animales permanece como una sombra en la agenda política internacional. De Turquía a China, pasando por la India y el Reino Unido, políticas ineficaces continúan impactando negativamente a millones de seres vivos, revelando un espectro de especismo y falta de empatía profundamente arraigado en nuestras estructuras sociales y en el imaginario colectivo.

    En Turquía, la reciente legislación que obliga a llevar a perros callejeros a albergues cuando el número de éstos es insuficiente en el país e impone la eutanasia de los canes bajo criterios y justificaciones legales poco claras, ha desatado una ola de indignación y protestas evidenciando la falta de un enfoque humanitario en el manejo de animales sin hogar (digo eutanasia para ser políticamente correcta, porque se han encontrado fosas comunes con perros mutilados y torturados).

    Similares ejemplos existen en la India y el Reino Unido, donde se ha llevado a la exclusión, segregación, eutanasia y castigo de ciertas razas de perros sin abordar las raíces del problema, lo que muestra una tendencia global hacia soluciones simples, inmediatistas, crueles y bárbaras para resolver cuestiones complejas.

    Diversos estudios han demostrado que la exposición a la crueldad animal tiene un impacto psicológico significativo, correlacionándose con comportamientos violentos en humanos. No me refiero sólo hacia la psicopatía detrás de la violencia animal, también a la violencia que se ejerce en granjas de animales, en rastros y en “refugios” en los que los animales no adoptados son eutanasiados. Investigaciones indican que la desensibilización hacia la violencia animal puede influir en una mayor propensidad a la violencia interpersonal. Además, la evidencia del FBI muestra que individuos que maltratan animales frecuentemente escalan sus acciones hacia violencias más graves, incluyendo actos criminales y terrorismo. Existen pruebas claras de que trabajar en mataderos tiene efectos en las personas que trabajan en ellos: depresión y estrés postraumático.

    China es un caso emblemático, donde la demanda de pieles y productos derivados de animales bajo creencias culturales perpetúa un ciclo de violencia y sufrimiento animal. Hablamos de la justificación legal de la tortura de animales diversos -perros y gatos incluídos- con fines comerciales y hasta justificaciones fundamentadas en la medicina tradicional china. Estos casos no solo reflejan un grave problema de bienestar animal sino que ponen en entredicho la ética de las políticas públicas que priorizan intereses económicos o “culturales” sobre la vida y el respeto a los seres sensibles (aquí hablamos de animales, pero a nombre de las tradiciones y la cultura se han justificado la mutilación genital femenina, la venta de niñas o el intercambio de ellas por una botella de mezcal, la lapidación de mujeres y la lista es larga.)

    En medio de este panorama, la labor de activistas y organizaciones internacionales se torna vital. Su labor y compromiso a favor de reformas legislativas y cambios en la percepción pública es clave no sólo para visibilizar esta realidad, sino para promover una transformación en las leyes y un cambio en las políticas públicas para que estas sean respetuosas de la vida no humana, compasivas y éticamente responsables. Un ejemplo claro es la Ley Sintientes en Argentina o la reforma en México para llevar la protección animal a rango constitucional.

    Se calcula que existen más de 600 millones de animales sin hogar en el mundo. El problema no está en su existencia, sino en la falta de políticas adecuadas para abordar la sobrepoblación, la educación, o falta de, respecto a la importancia de la esterilización y cuidado de los animales, y la difusión de una cultura de respeto hacia la vida animal en donde se comprenda que éstos no son objetos ni juguetes que pueden desecharse o intercambiarse en cualquier momento. Son seres cuyo cuidado implica una responsabilidad y un compromiso, y son seres... que sienten. Matarlos “para acabar con el problema” es no comprender la raíz de la problemática y tomar decisiones no sólo faltas de ética, sino irresponsables. Bajo un criterio así, ¿sería igual de útil mandar al paredón a quienes abandonan animales y los maltratan? Dudo que ello acabe con el problema y que alguien haga de esto una política pública, pero sí puede hacerse con los animales porque son considerados objetos prescindibles en la mayor parte de las legislaciones en el mundo.

    Esto nos habla de quienes toman decisiones y de su visión del mundo. Si quienes maltratan animales son considerados psicópatas, ¿cómo deberían considerarse a quienes permiten leyes e instrumentan políticas que lo posibilitan?

    Defender a los animales no es sólo una cuestión para las y los animalistas y activistas, es un compromiso por el respeto a las distintas formas de vida y por una sociedad justa y compasiva. Si queremos un mundo sin violencia debemos empezar por dejar de normalizar la violencia hacia quienes no son humanos: tienen vida y derechos.

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    La autora es internacionalista y politóloga, fundadora de Mujeres Construyendo

    @LaClau

    www.mujeresconstruyendo.com

    Animal Político / @Pajaropolitico